jueves, 3 de octubre de 2013

1938 Burgos, una partida hacia el recuerdo



Dos imágenes de la Prisión Central de Burgos en la actualidad (de Google Maps y Ricardo Melgar respectivamente)


   En un día como hoy de hace 75 años, tres personas dejaban a su espalda esos muros, esos compañeros, esos ideales, esa vida… su vida. Un 3 de octubre de hace tres cuartos de siglo tres personas verían como se les impedía ver de nuevo la luz del sol y se les privaba de la posibilidad de seguir manteniendo ese anhelo de libertad, de seguir deseando llegar al día del reencuentro con sus seres queridos, de sus compañeros … de vivir. 

   Este texto quiere ser un pequeño y sincero homenaje a esas tres personas que nos dejaron -más bien les hicieron dejarnos- hace hoy 75 años. Y es por ello que no solo queremos hacer referencia a la persona que protagoniza este blog, sino también a los que le acompañaron en sus últimos momentos y corrieron su misma suerte. Vaya nuestro recuerdo en este día a Federico Angulo Vázquez, José San Miguel Sáenz y Francisco Hernández Gaya.
 
   Los tres vivieron sus últimos días entre esos muros de la Prisión Central de Burgos. Federico y José ingresaron el 26 de julio de 1938 procedentes de la Prisión de Larrinaga en Bilbao. Francisco lo haría un poco después, el 12 de agosto, trasladado del mismo lugar. Ya en nuestra entrada “La Prisión Central de Burgos” hablábamos de la historia del Centro y de cómo transcurrió el traslado desde Bilbao y la vida en esa prisión. Ahora vamos a ceñirnos simplemente a los últimos momentos, comenzando por sus compañeros.

 
Fachada principal de la Prisión en 1932


   José Evaristo SAN MIGUEL SÁENZ era un guipuzcoano de Oiartzun, lugar en el que nació el 20 de octubre de 1882, siendo bautizado el 26 en la Parroquia de San Esteban. Hijo de Valentín San Miguel Barrón y de María Cruz Sáenz Romeo, ingresó en el Cuerpo de la Guardia Civil en cuya Comandancia de Logroño prestó servicio, hasta que, en 1919, pasaría a la de Vizcaya. De estado casado, tuvo un hijo y dos hijas, el mayor de 28 años y el menor de 11 en esos momentos. Su mujer e hijos deberían haber salido de España ya que dejó escrito que ciertas pertenencias fueran enviadas a su cuñada Isabel Estévanez Fernández, domiciliada en la calle General Castelló de Bilbao. Procesado en juicio sumarísimo número 11534 de 1938 y condenado a muerte por adhesión a la rebelión militar, procedente de Bilbao ingresa en la Central de Burgos el 26 de julio de 1938. Pocos días le faltaron para cumplir los 56 años. Esa madrugada del día 3 tuvo tiempo para dar un último adiós a sus compañeros:

    Compañeros de la celda 57
   Perdonadme la molestia y os ruego entregue el amigo Sobrino al compañero que últimamente vino de Bilbao llamado Francisco Alarcia Mateo, que creo estará en la Brigada 13, un librito de la necrología de mi familia y si no hay inconveniente la colchoneta. Nada más que un agradecimiento sin fin. Os abraza s.s.
José San Miguel Sáenz
 
   Esta petaca y fotografía para el preso Nicanor Sobrino de la referida celda nº 57. Asimismo deseo le sea entregado al compañero Sobrino de predicha celda, el reloj, una cartera de cuero, los lentes y dos pañuelos entregados en el Centro.

San Miguel


   Esas fueron sus últimas voluntades. El guardia civil Alarcia Mateo ingresó en Burgos el 3 de septiembre de 1938, justo un mes antes de sus palabras, y fallecería estando todavía preso en Burgos por enfermedad el 19 de julio de 1941. El que fuera su mejor amigo en prisión, poco tiempo pudo tener en sus manos esa “herencia”. El bilbaíno Nicanor Sobrino Losada sería fusilado en el mismo lugar un año después, el 4 de noviembre de 1939. 


 
 Francisco HERNÁNDEZ GAYA era un bilbaíno de 45 años, hijo de Ambrosio y de Raimunda. Músico de profesión, siguió la carrera militar, siendo nombrado en 1922 músico de 1ª del Regimiento de Infantería Garellano nº 43. El 26 de abril de 1933 sería ascendido a Subdirector de la Banda de Música del Batallón de Montaña nº 4. Estaba casado con Antonia Sáinz Sánchez y tenía 3 hijos, dos de ellos menores de edad, Angela y Natividad (datos según carta manuscrita del propio Francisco. El mismo Juez Instructor envió datos erróneos al Registro Civil al declarar que estaba casado con Josefa Palomero, teniendo dos hijos, Francisco y Diego). Procesado en juicio sumarísimo número 3187 de 1937 y condenado a muerte por adhesión a la rebelión militar, también procedente de Bilbao ingresa en la Central de Burgos el 12 de agosto de 1938. En sus últimos momentos tan solo dirigió unas pocas líneas a modo de “testamento”. Aparte de la relación de sus pertenencias personales, señalaba que “el dinero que existe a mi favor deseo sea recogido por mi familia cuando bengan (sic) a recoger la ropa (130 pts)”, con remite al Hotel Sabadell, de Burgos. Y una segunda dirigida a sus compañeros: “Autorizo al Sr. Administrador para que haga entrega de mi peculio 5 pts a Gordonio Echezarro y 5 pts a otro apellidado Rico, maestro de escuela, que me fueron prestadas por ellos”. De esta manera tan fugaz quedaba cerrada su historia.

 

 


 

La tierra no es redonda:
es un patio cuadrado
donde los hombres giran
bajo un cielo de estaño. 

Soñé que el mundo era
un redondo espectáculo
envuelto por el cielo,
con ciudades y campos
 
en paz, con trigo y besos,
con ríos, montes y anchos
mares donde navegan
corazones y barcos.
 
Pero el mundo es un patio.
Un patio donde giran
los hombres sin espacio.

(Marcos Ana)

 
Patio central de la Prisión Central de Burgos en 1932
 

   El domingo 2 de octubre Angulo todavía mantendría viva la emoción de haber podido compartir tres días antes unos minutos junto a su hermano Luis y cuñada Rosa Montaño, de recibir noticias de su mujer e hijos -el mayor preso en el campo de concentración de Santoña, el menor y la madre en la ciudad francesa de Tarbes- y de mantener la esperanza todavía de que las cosas pudieran volver a la normalidad. Nada pudo decir Federico a su hermano sobre lo que finalmente iba a suceder porque nada sabía. Quizás lo sospechara, pero transcurrido más de un año con la sentencia de muerte a cuestas y no ejecutada aún, puede que en su fuero interno albergara alguna mínima esperanza de salir airoso del trance. Nada sabía porque ni tan solo eso le dejaron: ni pensar que se aproximaba su final, ni despedirse de su hermano, ni de dar un último abrazo a su compañero de la celda nº 17, Máximo Andonegui, al que legó alguna de sus últimas pertenencias. Rafael de Gárate (Ramón de Galarza) recuerda en su “Diario de un condenado a muerte” que: “Este Sr. Teniente Coronel Angulo estaba en compañía nuestra en el presidio de Burgos. Una tarde abrieron la puerta y le requirieron que salga. Ni él ni sus compañeros supusieron que no le verían más. Al siguiente amanecer fue fusilado”. La tarde a la que se refiere es la del domingo 2 de octubre. Ni Angulo ni sus compañeros sabían lo que se avecinaba. Y eso a pesar que ya desde el 30 de septiembre estaban dictadas las instrucciones para llevar a cabo la ejecución tras recibir en la prisión telegrama urgente del Cuartel del Generalísimo.
 

  
   Junto con el telegrama, llegaban ese mismo día las instrucciones firmadas por el Coronel de Estado Mayor de la 6ª Región Militar José Aizpuru Martín-Pinillos:

    Para la ejecución de las penas de muerte impuestas a los paisanos FEDERICO ANGULO VÁZQUEZ, FRANCISCO HERNÁNDEZ GAYA y JOSÉ SANMIGUEL SAENZ, condenados en los juicios sumarísimos números 995, 3187 y 11534 del año 1937 respectivamente, se tendrán en cuenta las siguientes instrucciones:

   1ª. La ejecución tendrá lugar en la mañana del día tres de octubre próximo y hora de las seis y media en las inmediaciones de la Prisión Central.

   2ª El piquete de ejecución estará compuesto de diez y ocho guardias civiles de la Comandancia de Burgos, afectos a la misma al mando de un Oficial.

   3ª Cuidará dicho Oficial que la fuerza lleve las armas cargadas y montadas, con el seguro puesto, el que los guardias quitarán a la señal dada por el citado Oficial.

   4ª La custodia del reo, desde la entrada en capilla hasta su traslado al lugar de la ejecución, se hallará a cargo de los Oficiales y fuerzas de la prisión, reforzándose la vigilancia.

   5ª La conducción del reo desde la Prisión hasta el lugar de la ejecución, se hallará a cargo del piquete nombrado.

Burgos, 30 de septiembre de 1938
III Año Triunfal

 
   Sin todavía llegar a imaginar lo que sucedería horas después, transcurría la mañana de ese 2 de octubre como la de un día más en presidio, la de un domingo normal en la Prisión Central de Burgos: la formación de filas en el patio para presenciar “el izamiento de la Bandera, a los acordes de la Marcha Real tocada por un cornetín”; los vivas franquistas con el brazo en alto, el desayuno en cualquier lugar de dicho patio; los paseos interminables por él, y cómo no, siendo domingo, la obligación de asistir a la celebración de la Santa Misa. No sabemos si aquel domingo oficiaría el Padre Bolinaga, que en opinión de Agapito de Urarte tenía una “fría actitud y figura altiva, de rubicundo e impasible rostro bajo un cabello ralo y gris, casi blanco, con una mirada que a través de sus lentes se adivinaba escrutadora, huidiza y distante, con su gesto evasivo y hostil”, y Angulo tuvo que soportar en su último día sus “hirientes y soporíferos sermones, discursos o arengas”, o bien lo sustituiría, como en otras ocasiones que faltaba, el Padre Capellán don Ildefonso, que “parecía un párroco de aldea sencillo y bueno que se limita a exponer literalmente, sin muchos comentarios, los pasajes del Evangelio”. Terminada la misa y cantados los inevitables himnos franquistas, el desfile ante las humeantes calderas para recoger una comida que, como cualquier otro día, bien pudiera haber sido “un líquido negruzco donde flotaba un puñado de habas”, de nuevo vuelta a los paseos interminables hasta que “a las siete de la tarde, tenía lugar el acto final de los reclusos en el patio. Tocaban el cornetín y teníamos que dirigirnos, a paso rápido, a formar en nuestras columnas respectivas. Seguidamente el recuento, los cantos y los vivas de rigor”, para seguir desfilando hacia los pabellones y brigadas: “Las puertas se cerraban tras de nosotros y ya teníamos por delante, toda una noche para pensar, para desesperarnos o para dormir”.

 
   Angulo se dirigió aquel día hacia los pabellones de celdas individuales sin imaginar que sería la última vez que lo hacía. Celdas individuales en las que estaban los condenados a muerte y que con sus “dos metros y medio de ancho por tres y medio de largo y de alto” y a pesar de denominarse individuales, se distribuían en ella entre 8 y 10 presos y colocados en cada una según orden alfabético de apellido. Angulo entró a la caída de la tarde en la celda nº 17 y poco después salió para no volver. Se hacía efectiva la orden dictada esa mañana por el Juzgado Militar nº 16 de Burgos en la que el Juez Militar Ramón Rodríguez manifestaba:

 
   En sumarísimo num. 995 de 1937 por el delito de rebelión militar contra Federico Angulo Vázquez tengo acordado dirigir a V.S. el presente a fin de significarle que en el día de mañana y hora de las seis y media se procederá a la ejecución de la pena de muerte impuesta a Federico Angulo Vázquez.

   Lo que participo a V.S. para su conocimiento y se avise al Sr. Capellán de ese Establecimiento Penitenciario para que proceda a asistir en los auxilios espirituales al reo si los pidiere.

   Dios guarde a V.S. muchos años
   Burgos 2 de octubre de 1938
   III Año Triunfal

 
   A primera hora de la madrugada del día 3, Angulo recibía la visita del Juez Instructor, Ramón Rodríguez, del Defensor (si es que se le puede llamar así) Saturnino Sanllorente Valdizán y del Secretario para leerle la notificación de ejecución de la pena. Se negó a firmarla y lo hicieron por él los oficiales de la prisión Enrique Rivero Pérez y Juan Gutiérrez Moreno, para seguidamente ser conducido a la sala destinada a Capilla. Acto seguido, el director de la Prisión, Marcos Jabonero, ordenaba que “El Sr. Jefe de servicios dispondrá que los Sres. Guardianes de servicio en el Rastrillo y Puerta principal de la Prisión, permitan la salida, previamente identificados a los sentenciados a la última pena del margen que serán entregados al Oficial de la Guardia civil que manda el piquete de ejecución, devolviendo la presente una vez cumplimentada”. Al margen se citaba a Federico Angulo Vázquez, José San Miguel Sáenz y Francisco Hernández Gaya.

 



   La entrega se hacía a las 6 horas y 25 minutos de la mañana del 3 de octubre de 1938. Bastarían poco más de cinco minutos para llegar a las “inmediaciones de la Prisión Central”, lugar designado para segar la vida de los tres reos, oficialmente “a consecuencia de heridas por arma de fuego”. La primera persona que se aproximó al cuerpo inerte de Federico Angulo (imaginamos que también del de San Miguel y de Hernández) fue un médico de tan solo 29 años, Juan Coll Boleda, encargado de certificar su muerte. Los tres cadáveres fueron trasladados al Depósito Judicial y al día siguiente, una vez recibida la licencia de enterramiento, inhumados en el Cementerio de San José de la capital burgalesa. Luis Almendros, celador del cementerio, sería el encargado de certificar que Federico Angulo fue enterrado “en el Cementerio Civil, correspondiéndole el número 69 de entrada”.

    En un día como hoy de hace 75 años, tres personas dejaban a su espalda esos muros, esos compañeros, esos ideales, esa vida… ¡su vida!  Tres personas partían hacia el recuerdo.

 
Cementerio de San José, Burgos
 


Soñar, siempre soñar
que vuelvo a todo aquello,
lo que dejé y ya nunca
encontraré al regreso 

(Marcos Ana)