miércoles, 9 de mayo de 2012

1936 Una larga noche de julio



Teniente José Castillo
   Anochece ya en la capital. Son las últimas horas de un caluroso domingo de julio que contempla a una pareja casi recién casada pasear por la ciudad de vuelta a casa. Todavía no lo saben en ese momento, pero están esperando un hijo. A pesar de tener ella la intención de acompañar a su marido, que ha entrar de servicio en el Cuartel de Pontejos, él la hace desistir en su empeño. No desea que su mujer tenga que volver sola a casa y se despiden en un portal de la calle Augusto Figueroa. Hace tan solo cuatro meses que ha ingresado, por petición propia, en el Cuerpo de Asalto, donde ha quedado encuadrado en la 2ª Compañía de Especialidades. Atrás ha quedado su pertenencia al Arma de Infantería, su participación en la guerra de Marruecos con los Regulares de Tetuán nº 1, su condena a un año de prisión militar por negarse a disparar sobre el pueblo a raíz del levantamiento de octubre de 1934… En estos momentos está afiliado a la Unión Militar Republicana Antifascista y es instructor de milicias de las Juventudes Socialistas.
   Ese 12 de julio, Consuelo Morales no podía imaginarse que aquella sería la última despedida. El teniente de Asalto José Castillo, tampoco lo hubiera hecho, a pesar de que desde hace un tiempo, concretamente desde el entierro del alférez Anastasio de los Reyes en el mes de abril, viene recibiendo anónimos amenazadores. El disparo que Castillo realizó sobre el joven tradicionalista Luis Llaguno, al que hirió gravemente pero no mató, como se ha relatado posteriormente, es el motivo.
   El pequeño tiempo transcurrido y la escasez de los metros de distancia que el teniente ha recorrido, permiten que Consuelo llegue a percibir el sonido de varios disparos desde las dependencias de su casa. Su marido tan solo ha tenido tiempo de llegar a la confluencia de su calle con Fuencarral, de persignarse frente a la capillita existente en esa esquina levantada dos siglos antes en honor a la Virgen de Nuestra Señora de la Soledad y comenzar a cruzar Fuencarral para dirigirse a la Puerta del Sol. En ese momento es cuando le alcanzan los disparos efectuados por varios desconocidos, y herido de muerte, el taxi en el que ha sido introducido y que pretende llegar a tiempo al Equipo Quirúrgico de la calle de la Ternera no consigue su objetivo. Los médicos de guardia, Moreno Butragueño y Tamames, no tienen más que certificar su muerte. Antes de medianoche, por disposición de su director, Alonso Mallol, el cuerpo del teniente Castillo ya se encuentra en la Dirección General de Seguridad.

Féretro del Teniente Castillo en la Dirección General de Seguridad


José Calvo Sotelo
   En un domicilio de la calle Velázquez no se tiene la menor noticia de lo que ha ocurrido unas pocas horas antes. Como cualquier otro día, toda la familia y el servicio se acuesta tras la cena. No han pasado ni tres horas desde la medianoche cuando se presenta una visita inesperada. El lógico sobresalto despierta primero a las criadas y después a toda la familia. En la calle permanece a la espera una camioneta, la número 17, de la Guardia de Asalto. Ante la puerta del domicilio, diversas personas de uniforme y otros de paisano apremian a que se les franquee la entrada.
   El capitán de la Guardia Civil Fernando Condés lidera el grupo visitante que bajo pretexto de tener orden de registrar la casa, ocupan la vivienda del líder monárquico y diputado propietario de la misma. La escolta ha confirmado desde su posición que los visitantes son guardias. Su mujer, Enriqueta Grondona, asiste conmocionada al atropello del que está siendo objeto su familia a horas tan intempestivas. La demanda de orden de registro no obtiene ningún resultado. Primero con corrección, después con más premio y nerviosismo, la petición de telefonear al Director de la DGS obtiene igualmente resultado nulo. Con objeto de tratar de tranquilizar a la familia, y con la confianza depositada por su inmunidad parlamentaria, Condés finalmente logra su objetivo de sacar de la casa al cabeza de familia tras enseñarle su documentación oficial de la Guardia Civil.
   La camioneta inicia el que sería el último trayecto de su ilustre pasajero. No han pasado demasiados metros cuando el sonido de un disparo se hace eco en el silencio de la noche. Luis Cuenca, perteneciente a un grupo de jóvenes socialistas conocido como “La Motorizada”, incondicionales de Indalecio Prieto, ha sido el brazo ejecutor. José Calvo Sotelo, el cadáver que yace entre los asientos de la camioneta y que poco después será depositado en una sala del Cementerio del Este.
Camioneta de Asalto en la que fue asesinado Calvo Sotelo

   El líder socialista Indalecio Prieto recibe la noticia en Bilbao. Inmediatamente se pone en camino y consigue llegar a Madrid la tarde del lunes, dirigiéndose directamente a su domicilio y sede del diario El Socialista, en Carranza, 20. Allí se encontrará con Zuga, con Condés, con Cuenca… Aunque con algún tiempo de diferencia, Madrid asistirá en la mañana del 14 de julio al entierro de los dos asesinados. Prieto forma parte del grupo presidencial en el sepelio de Castillo. En el de Calvo Sotelo, entre la muchedumbre que le da el último adiós se encuentra un observador, un periodista: Federico Angulo.


Entierro del Teniente Castillo
Entierro de Calvo Sotelo

   Tras el entierro y los altercados producidos seguidamente, Angulo da cumplida noticia a Zuga y a sus compañeros de El Socialista, y sobre las 7 de la tarde llega al Congreso de Diputados. Allí comenta detalles de lo que ha podido ver, tanto en la capilla ardiente como en el cementerio: el cadáver amortajado con el hábito franciscano, el crucifijo en su pecho, la bandera roja y gualda, las personalidades que presidían el duelo, las palabras ante la tumba del líder de Renovación Española, Antonio Goicoechea… “imitar tu ejemplo, vengar tu muerte, salvar a España”. Prieto también está en el Congreso. Le pide a Angulo que pase con él a la Biblioteca y le dé todos los pormenores de lo que ha visto y oído. Lo que él mismo experimentó en el entierro de Castillo, y lo que le contará Angulo en el de Calvo Sotelo, se traducirá en un artículo que se verá publicado en el diario El Liberal de Bilbao el 15 de julio:




   Madrid 14.- Jornada nerviosa la de hoy en Madrid, que se abrió y cerró sangrientamente. Se abrió con una refriega en las obras de la Ciudad Universitaria, a cuenta de la huelga del ramo de la construcción, y quedó cerrada con el tumulto en la parte más alta de la calle de Alcalá, provocado por quienes habían asistido a la inhumación del cadáver del señor Calvo Sotelo. Porque hoy se enterraron los cadáveres de las víctimas de ayer, como mañana se enterrarán los de las de hoy.
   Yo asistí esta mañana al acto de dar sepultura a los restos del teniente de Asalto D. José del Castillo. Sígame el lector en mis observaciones, y se dará cuenta de toda la hondura de la guerra civil que vive España. Son tan profundas nuestras diferencias, que ya no pueden estar juntos ni los vivos ni los muertos. Parece como si los españoles, aún después de muertos, siguieran aborreciéndose. Los cadáveres de D. José del Castillo y D. José Calvo Sotelo no podían ser expuestos en el mismo depósito. De haberlos juntado se habrían acometido ferozmente ante ellos sus respectivos partidarios, y al depósito le hubiera faltado espacio para la exposición de las nuevas víctimas.
   El cadáver del señor Calvo Sotelo quedó en el depósito general, y el del señor Castillo se llevó al depósito del que fue Cementerio civil.
   El cadáver del señor Castillo estaba custodiado por guardias de Asalto.
   El del señor Calvo Sotelo, por guardias civiles.
   Al primero le rindió homenaje una gran masa proletaria.
   Al segundo le escoltó hasta la fosa una legión de señoritos.
   ¿Se quiere una expresión que pinte con mayor patetismo el actual estado de España? Difícilmente podría hallarse otra más gráfica.
   Los odios de una y otra muchedumbres saltaban por encima de las tapias que acotan los dos recintos mortuorios. Acaso el choque de estos odios, al encontrarse en la atmósfera, sobre los muros, contribuía al ahogo, a la asfixia de una mañana de sol inclemente.
   Al pie de la sepultura de D. José del Castillo, mientras la tierra, lanzada a azadonazos, caía sobre el ataúd, recogí, en medio del silencio, saludos musitados al oído. Eran socialistas, compañeros de presidio que se veían por vez primera después de despedirse en el rastrillo de la prisión, cuando la amnistía, al otorgarles la anheladísima libertad, les dispersó.
   -«¿No has vuelto por Asturias, Antonio?»- oí que le preguntaban cerca de mí a un minero.
   -«No; únicamente he ido a Portugal a ver a mi madre. La pobre no llegó a saber que yo estaba preso. De haberlo sabido se hubiera muerto de pena, porque ya es muy vieja. Pero me las ingenié para ocultarle mi situación, y cuando me trasladaron al presidio de Chinchilla fingí en mi correspondencia con ella que estaba en aquel pueblo desenvolviendo un pequeño negocio. »
   La sombra de la represión de octubre pasó ante mí. De entonces arrancan muchas cosas trágicas. El asesinato de Calvo Sotelo recuerda tanto el de Sirval.
   Aquello de octubre fue una gran siembra de odios. De simiente sirvieron los hechos monstruosos de la represión, pero luego de echada en el surco hubo labradores celosísimos –los que encubrieron, premiaron y glorificaron a los asesinos- que pusieron todo su empeño en que la semilla fructificase. ¡Extraños agricultores estos que se duelen al ver cómo han florecido las plantas tan amorosamente cultivadas por ellos! Se duelen, pero reinciden. Por lo visto, aspiran a que no les alcance a ellos el tóxico de sus plantaciones venenosas.
   Me dicen que ayer ha caído el presidente de la Casa del Pueblo de Sigüenza. Otro más a la lista, una lista inacabable en la que figuran, como nombres destacados, Manuel Andrés, Juanita Rico, Faraudo, Castillo… Dado el sistema de ejecuciones, pueden –podemos- estar en capilla muchos sin saberlo.
   Camino abajo, después de enterrar a José del Castillo, vienen hacia Madrid los obreros, chaqueta al brazo. Cuando pasan frente a las arcadas del Cementerio general, topan con una barrera de guardias civiles a caballo, que parece la prolongación del muro que allí concluye. Detrás de los guardias montados se alinean grupos de fascistas que custodian el cadáver de Calvo Sotelo.
   Hay un cambio de miradas iracundas.
   He ahí, perfectamente simbolizada, la España de hoy.

INDALECIO PRIETO

   (Mi más sincero agradecimiento a mi amigo Jordi Pedrosa, siempre tan diligente con nuestras peticiones, que sin su ayuda no hubiera sido posible realizar esta entrada).