jueves, 29 de marzo de 2012

1913 Orcolaga y el Observatorio de Igueldo


El Monte Igueldo, en San Sebastián


   Corría el año de 1863 cuando en la Villa de Hernani nacía Juan Miguel Orcolaga Legarra. El que andando el tiempo llegaría a ser conocido como “Vicario de Zarauz” ya desde pequeño se sintió interesado por la astronomía y os fenómenos meteorológicos, y comenzó a hacer pequeñas predicciones en su ámbito local acerca del tiempo. Tras su vuelta de un viaje a la Argentina, ingresaría en 1880 en el seminario de Vitoria, ordenándose unos años después, haciéndose cargo en 1893 de la parroquia de Zarauz.

   A pesar de su humildad y modestia, comenzó a ganar popularidad a raíz de la predicción acertada que dio sobre el temporal que azotaría las costas vascas el 15 de noviembre de 1900, y que gracias a él se evitara una catástrofe entre la flota pesquera del Cantábrico. Promovió la construcción de un observatorio en Guipúzcoa, y tras algunas disputas entre las Diputaciones de Vizcaya y Guipúzcoa acerca de su ubicación, en 1902 se abrió un primer y modesto observatorio en el Monte Igueldo, en la línea de costa de la propia capital donostiarra. Y tras la adquisición por parte de la Diputación de otra casa en el mismo barrio de Igueldo, se establecía definitivamente el Observatorio Meteorológico Marítimo en 1905. A partir de entonces, sus colaboraciones periodísticas se multiplicaron, mantuvo relación estrecha con la Sociedad Oceanográfica de Guipúzcoa, era continuamente visitado por personalidades, el rey Alfonso XIII entre ellas, y gente anónima a los que pedía firmaran en unos álbumes de firmas celosamente guardados por él, y sus opiniones eran continuamente requeridas por las flotas pesqueras de cualquier población costera.

   Acerca de sus predicciones, fruto de la observación y de los ingenios inventados por él, no hace mucho que hablábamos aquí sobre la catástrofe provocada por la galerna de agosto de 1912 en Bermeo. Pues bien, Orcolaga dió aviso acerca de ella, pero la imposibilidad de hacerlo a las embarcaciones que ya estaban en alta mar provocó el desastre que ya conocemos.
 
El Observatorio de Igueldo


   Poco después de esa fecha, a primeros de febrero de 1913, es cuando un joven de 19 años, Federico Angulo, conoce al Padre Orcolaga. Le hará una visita en el Observatorio de Igueldo y plasmará su experiencia en un artículo que publicaría en el diario El Pueblo Vasco, del cual extraemos algunos párrafos:

Juan Miguel Orcolaga
   Hemos querido ir á ver al padre Orcolaga, al antiguo vicario de Zarauz, para sorprender á este sabio modesto, tan modesto que por él nadie supiera de su existencia, en el momento preciso de sus estudios.
   Una buena tarde pasada, tarde de sol, tarde de primavera, poco después del yantar meridiano, emprendimos la larga y agria caminata desde el funicular hasta el Observatorio. Ibamos esperanzados ¿a qué negarlo? Ibamos esperanzados de encontrar allí todo lo que nuestra imaginación nos había hecho concebir; edificio confortable, bien dispuesto, gabinetes de trabajo espléndidamente dotados… Un poco incrédulos, atribuíamos los éxitos del padre meteorólogo, en gran parte á sus aparatos. Por que nosotros, profanos en todo cuanto á ciencia se trate, no podíamos concebir que un hombre pudiese predecir, los cambios de la atmósfera… y, sin embargo…
… Y, sin embargo, lector, así es… No te asombres; Orcolaga, el sabio modesto, austero, el hombre cuya vida es un constante desvelo en bien de sus hermanos, el hombre sabio que predice las galernas con trece horas de anticipación, el héroe obscurecido por su gran humildad no cuenta apenas con aparatos utilizables…
   Figúrate, lector amigo, un observatorio sin luz eléctrica, un observatorio sin pilas secas y sin acumuladores, un observatorio, en fin, en el cual sólo puédese emplear un Balógrafo, regalo del Rey, y un Anemo-Cinemógrafo, regalado por Mr. De Monabrison, gran admirador de Orcolaga. Los demás, los tres ó cuatro aparatos que hay, por la carencia de energía eléctrica, de pilas secas, de acumuladores, están inactivos…
   Orcolaga nos recibe en la puerta del edificio; la larga y empinada cuesta, que subimos sin descansar nos ha fatigado. En una salita modesta, que huele a humedad, nos sentamos.
   Viste el sabio maestro la ropa del sacerdote; á su cuello, arróllase una bufanda negra y toca su cabeza con un gorro circular de terciopelo. Sus cabellos grises salen por debajo del gorro, rebeldes y alborotados. Nos habla; pídenos mil perdones por su tartamudez. Y, con emoción honda, nos cuenta su vida de hombre de ciencia y hombre de fé.
   ¡Sus dos grandes amores! En su voz cascada y amable, percibimos algo grande que nos deja suspensos; al hablarnos, sus manos sarmentosas, obscurecidas, accionan, se extienden hacia delante, cual si quisieran abarcar el infinito.
   Por un instante, reconcéntrase nuestra atención en su mirada; es grave y profunda; á momentos, quédase fija en un punto del espacio, persistente, tenaz; entonces, su frente espaciada, desembarada, súrcase de arrugas; parece suspenderse la vida de este sacerdote; su voz, oscila… Luego, sonríe. Y sigue hablando…

El Padre Orcolaga, unos años antes
   -Padre –hémosle dicho- ¿puede usted explicarnos cómo conoce el tiempo que ha de hacer?...
   Orcologa sonríe; es su sonrisa como de lástima hacia el pobre profano que pretendía curiosear en el misterio de una ciencia profundísima…

   -Es difícil de explicar –nos dijo-. Lo conozco debido á una serie de cálculos en los cuales he refundido varios sistemas. El sistema más general, el Isobárico, que tiene como base principal las noticias telegráficas de otros observatorios, lo empleo muy pocas veces, ó, mejor dicho, ninguna… En mi sistema, de un eclecticismo científico muy vasto, entre otras cosas, tengo en cuenta los movimientos atmosféricos combinados, las alturas barométricas, y las absoluta y relativa, ambas estáticas. Luego… ya no puedo explicarle á usted más… para llegar á comprenderlo se necesitan ocho años de estudio.
   Por una empinada escalera nos conduce al piso alto; entramos en el despacho y allí vemos, sobre la mesa de trabajo, una revolución de libros y papeles, el teléfono, trozos de piedras raras, sacadas de algún picacho casi inaccesible…
   El sabio, nos muestra un rimero de papeles; y nos dice, puesta la mano sobre ellos:
   -Aquí está la explicación que usted me pedía; es una obra que, si Dios me dá vida, pienso terminar pronto; quiero demostrar como no son mis nervios, mi naturaleza, la que me indica las variaciones del tiempo… Todo es observación, cálculo, estudio; nada se debe al presentimiento. Cuando digo: “Hará buen tiempo”, “Se prepara la galerna”, han precedido antes muchas horas de estudio y de desvelo…
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Vista del Gabinete de estudio del Observatorio
   En efecto, subimos á lo alto de la casa; en una habitación desmantelada, se veían las tejas de la techumbre. Los cristales de una claraboya, estaban rotos, y en las partes sanas del techo, la humedad había hecho florecer vegetación… Dimos varios pasos para salir y un pié se hundió en un hoyo…
   -¡Esto es horrible! Exclamamos.
   -Subamos más, -nos indicó el buen Padre.
   Sobre la casa, han construido una garita, á la cual se sube por una escalera de caracol.
   -Mire usted… aquí hay poesía…
   La humedad había reblandecido las paredes y éstas, á trozos, desmoronadas. Junto al suelo, vimos un agujero que salía al exterior.
   El maestro, en este momento, tiene un gesto de melancolía, tal vez de desaliento, que nos impresiona hondamente. Sentimos y comprendemos el dolor de este hombre, consagrado á una grandiosa labor de humanidad, ante el murallón que se ha puesto la indiferencia de todos…
   Bajamos de nuevo al despacho; la noche viene rápidamente, y el Padre Orcolaga, enciende una vela. A su luz, nos muestra los dos albums de firmas, casi llenos. Podemos ver en ellos nombres ilustres, en las ciencias, nombres regios, como el de la infanta Isabel de Borbón. Nos invita á firmar, y avergonzados de estampar nuestro nombre donde tanta gente ilustre trazaron los suyos, accedimos al deseo que el humilde maestro nos expresó diciendo:
   -¿Hará usted el favor de honrarme firmando?...
   Firmamos, sí; el hombre hidalgo nos lo exigió con una frase amable; el varón humilde, buscó la mejor pluma y nos la ofreció con una reverencia… A nosotros, humildes periodistas ignorados por todos… Entonces fue cuando comprendimos la grandeza del alma, la modestia sublime, del maestro.

Imagen del libro de firmas del Padre Orcolaga

 
   Juan Miguel Orcologa fallecería el 22 de septiembre de 1914. Su funeral celebrado en la parroquia de Igueldo constituyó un notable acontecimiento, al que asistieron numerosas personalidades de la vida política, religiosa y popular de San Sebastián y provincia.


domingo, 18 de marzo de 2012

1918 La Asamblea de Municipios de Vizcaya

Ayuntamiento de Bilbao

  “Y llegará el momento que los españoles tengamos que llevar el revólver en la mano y contestemos a tiros a las provocaciones e insolencias de los separatistas.
   Día que, por las trazas, no se hará esperar…”

   Desde su posición en la redacción del diario bilbaíno Diario de Vizcaya, de esta manera finalizaba Federico Angulo su artículo el 20 de diciembre de 1918 en relación a los sucesos acaecidos el 15 de diciembre en el Ayuntamiento de la capital vizcaína tras la celebración de la Asamblea de Municipios de Vizcaya y posteriores sucesos en las calles de Bilbao.

Mario Arana, alcalde de Bilbao
   En diciembre de 1918 en el País Vasco se percibe una clara pretensión autonomista. Se celebran en diversos ayuntamientos sesiones extraordinarias para solicitar del Rey y del Parlamento la derogación de la ley sobre el régimen foral de 25 de octubre de 1839 y conseguir un estatuto similar al que en esos momentos se está estudiando para Cataluña. El mencionado día 15, se reunían un centenar de delegados que representaban a un total de 200 municipios de Vizcaya bajo la presidencia del alcalde de Bilbao Mario Arana. Ya desde sus inicios se vio que los ánimos estaban muy exaltados ya que nada más iniciar sus palabras el alcalde, un concejal republicano exclamó un ¡Viva España! que provocó algunas protestas en la sala. Tras el llamamiento de Arana “a los españoles y a los que quieren serlo” para pedir la derogación de la ley, nuevas protestas se sucedieron ante la intervención en euskera del alcalde de Elorrio y la consecuente petición de traducción de un asambleísta.

Gregorio Balparda
   Continuó la tumultuosa sesión con la intervención de Balparda. Gregorio Balparda había fundado un año antes la Liga Monárquica de Vizcaya, y su primer comentario fue hacer alusión a que no ondeara en el Ayuntamiento la bandera española: “Una Asamblea de Ayuntamientos españoles debe ser presidida por la bandera española”. Se sucedieron en la Sala gritos de “Gora Euzkadi” y vivas a España, lo que provocó un sonoro alboroto. Tras conseguir el alcalde que se hiciera una relativa calma, un nuevo comentario de Balparda, volvió a encenderlos: “Soy español, pero más vasco que nadie”, declarando además que había estudiado los fueros mucho mejor que los que gritaban, y la consecuencia inmediata fue el abucheo de los nacionalistas. Con la intervención del siguiente orador, el maurista Ramón Bergé, representante del municipio de Carranza y también fundador de la Liga Monárquica, se acabaron de encender los ánimos. Se unió a la protesta de la desaparecida bandera y apuntó que no saldría concordia de esta Asamblea porque allí sólo reinaba el odio. Las intervenciones del jaimista José Domingo Llona, de Bandrés y de Otazúa también estuvieron acompañadas de protestas, aunque menores, pero ya el punto culminante fue, después de la intervención del socialista Felipe Merodio, el que el alcalde impidiera que el maurista Julián Munsuri tuviera la palabra en la Asamblea y quisiera proceder inmediatamente a la aprobación de las conclusiones. Un griterío ensordecedor y enérgicas protestas de varios asambleístas, a la cabeza de los cuales estaba Balparda, fueron el resultado, y tras la proposición de aprobación de la primera conclusión, todos ellos salieron de la Sala, dejando atrás los gritos de “Gora Euzkadi” que atronaban dentro del Ayuntamiento. Aun así, el alcalde Arana leyó como pudo el resto de conclusiones y ante la petición de los republicanos de pasarlas a votación, Arana replicó, simple y llanamente, que quedaban aprobadas, lo que provocó ya un escándalo mayúsculo.
 
 
Ramón Bergé
  En la calle se fueron formando grupos, y comenzó a circular el rumor de que Balparda y Bergé obstaculizaban la aprobación de las conclusiones de la Asamblea, provocando un intento de asalto del Consistorio, a lo que se opuso la fuerza pública. Con las conclusiones aprobadas de una manera tan particular, el alcalde salió a hombros de varios jóvenes bizkaitarras y se dirigió hacia la Diputación para presentarlas, siendo acompañado de numerosas personas y de gritos de ¡Gora Euzkadi! y ¡Muera España!, quienes, al pretender entrar igualmente en la Diputación y encontrarse con la negativa de los guardias, replicaron con gritos e insultos, pasando a las agresiones en cuanto éstos simularon una carga contra los manifestantes. Llegaron a oírse disparos en la calle Epalza, y finalmente se consiguió disolver la manifestación tras practicar diversas detenciones.

    Pero el día no acabó aquí. Alrededor de las diez de la noche, se congregó un nutrido grupo en la Redacción del diario “El Pueblo Vasco” de la calle Ledesma nº 6, y pistola en mano, intentaron hacerse con los ejemplares del periódico, causando grandes desperfectos de la maquinaria y material en los talleres y realizando varios disparos. Tras salir, junto a la Hostería del Laurel, que igualmente sería asaltada, serían detenidos Sebastián Aristondo y José María Pradera. 
Juan de la Cruz, director de El Pueblo Vasco
   Tras la tumultuosa celebración de la Asamblea, Balparda y Bergé quisieron dejar constancia de su protesta a través de un telegrama remitido al ministro de Gobernación: “Nada significa que en la Asamblea de los Ayuntamientos de Vizcaya hayamos sido atropellados, ni tampoco es de la mayor importancia que por haberse negado la presidencia a la votación nominal, la voz del país haya sido ahogada por un pucherazo. Pero el hecho de que el alcalde de Bilbao haya invitado a los Ayuntamientos y convocado una manifestación separatista, que amenazaba durante la deliberación asaltar la Casa Consistorial y profería amenazas de muerte contra quienes defendíamos la autonomía bajo la unidad nacional, con la que toda Vizcaya, salvo unos locos o unos malvados está conforme; y que ese mismo alcalde enarbole en la Casa Consistorial una bandera que no es la de España, ni la de Vizcaya, ni la de Bilbao; y se ponga al frente de una manifestación sediciosa alentando a los fanáticos que hacían resistencia a los agentes de la autoridad, con la seguridad de que pronto serán ellos el Poder que dé los cargos gubernativos, evidencia que ni la seguridad de las personas, ni el respeto a la ley, ni el debido a los patrióticos sentimientos de este país, ni el decoro de Bilbao se hallan garantidos con este alcalde”. Amalio Gimeno, ministro de Gobernación, contestó que el Gobierno “resuelto a reprimir actos ejecutados fuera de la ley, sabrá prontamente aplicar las medidas necesarias”. En Bilbao, todos los periódicos protestaron por el asalto a “El Pueblo Vasco”, excepto Euzkadi, que en opinión de “Diario Vasco”, “no solo no protesta de los vergonzosos sucesos desarrollados el domingo por la chusma sotista, sino que ni siquiera se digna dar cuenta a sus lectores de ciertos pormenores que demuestran bien a las claras lo que son, lo que hacen y lo que puede esperarse de una situación planteada a gusto de los nacionalistas”.
Conclusiones de la Asamblea
   Como era previsible, desde Madrid se ordenó la destitución del alcalde de Bilbao Mario Arana, que sería procesado por los sucesos ocurridos en la Asamblea, y finalmente, el domingo 22, como acto de reconocimiento a Balparda, Bergé, y el director de “El Pueblo Vasco”, Juan de la Cruz Elizondo, se celebró un banquete en Archanda en su honor, al que asistirían cerca de mil comensales.

   Sucintamente, esta fue la historia de aquellos sucesos. Sin embargo, nos queda plasmar la opinión acerca de ellos de Federico Angulo, que mantiene una posición claramente españolista, condenando los hechos y la postura nacionalista de los bizkaitarras. Menciona a Indalecio Prieto, diputado por Bilbao y antiguo compañero en el diario “El Liberal” de Bilbao, que mantenía la creencia de que “lo ocurrido allí no tiene la menor importancia. Fue una de las muchas algaradas que suelen promover los nacionalistas vascos, y a las que nunca se les ha dado la trascendencia que quiere dárseles ahora. He leído que al Gobierno le preocupa más lo de Bilbao que lo de Barcelona. No sé si la noticia será exacta; pero, si lo es, me parece totalmente absurdo. Lo que sucede en Cataluña es lo verdaderamente grave, lo que debe preocupar de veras al Gobierno, aunque él lo niegue. Lo ocurrido en Bilbao, si se compara con lo que puede ocurrir en Barcelona, es una cosa insignificante”.

Indalecio Prieto
   Sin embargo, sí tuvieron consecuencia dichos sucesos. Tan sólo diez días después, el 7 de enero de 1919, se fusionaban las fuerzas monárquicas vascas, creando la Liga de Acción Monárquica, que estaría regida por Gregorio Balparda, Ramón Bergé y Luis Salazar Zubia, y que pretendería hacer frente único contra los partidos nacionalistas-separatistas. La segunda consecuencia directa se plasmaría en el mes de mayo en el denominado Pacto de Ortuella, en que se decidiría la alianza de la Liga con los socialistas vizcaínos liderados por Indalecio Prieto para intentar y conseguir derrotar a los nacionalistas en Bilbao, Valmaseda y Baracaldo.

   En principio Angulo está de acuerdo con el líder socialista, pero no lo acaba de tener tan claro. En las descalificaciones empleadas parece seguir la opinión de Prieto, que declaró ser “un enemigo acérrimo y declarado del nacionalismo vasco, porque representa un espíritu rural y reaccionario”. Recordemos que en estas fechas de 1918, Angulo todavía no pertenece al Partido Socialista. Su estrecha relación con Prieto no se produciría hasta años después. Y al final, un párrafo que parecería premonición, aunque no llegara a ser por cuestiones separatistas. El artículo de Angulo dice así:


POLITICA VIZCAINA
ESPAÑOLISTAS Y BIZCAITARRAS

LA IMPORTANCIA DE LOS SUCESOS

    Don Indalecio Prieto, diputado a Cortes por Bilbao, ha negado importancia a los sucesos ocurridos en esta villa el domingo pasado. Considera el señor Prieto que se trata de una algarada más de las que tan frecuentemente provocan y alientan los elementos bizcaitarras. Es muy posible que el diputado socialista tenga razón; si examinamos con algún detenimiento los componentes de la Asamblea de Municipios y de la manifestación subsiguiente, desde luego hemos de coincidir con el señor Prieto: aquello no fue otra cosa que una indigna mojiganga.
      Porque en la Asamblea de Ayuntamientos, fuera de los Sres. Balparda, Bergé, Munsuri y algunos representantes de las Encartaciones, ¿qué gente hubo? Aldeanos que no comprenden otra cosa que sus mezquinos intereses, vendidos a los nacionalistas porque éstos son los que les pagan bien los votos en las elecciones y ejercen un indigno caciquismo desde la Diputación provincial. Seres torpes, que acudieron a la Asamblea, no a deliberar serenamente y decidir los destinos de los pueblos por ellos representados, sino obedeciendo la orden del amo, bien aprendida la lección, sumisos a la voz de mando que había de indicarles cuándo debían aplaudir y cuándo lanzar sus «goras».
     Estos aldeanos -«jebos» se les llama aquí- se excedieron quizá en sus demostraciones hostiles. Estaban justamente indignados. Se les había anunciado una comilona, y ellos veían que, por el «afán de hablar» de los señores Balparda y Bergé, comerían tarde. O quizá, como domingo, cerrasen los establecimientos y no podrían comer. Y esta es la más grave ofensa que al aldeano puede inferírsele; su estómago es sagrado. De ahí la inquina con que mandaban callar a los oradores. No les importaba que defendiesen a España o al moro Muza; todo eso es griego para ellos. Lo que les hacía salir de sus casillas es que pasaba la hora de la comida y aquello no tenía trazas de concluir. La prueba está en que la Diputación había dispuesto un refresco para 200 personas y no llegaron al palacio provincial más que 18 representantes. Los aldeanos, tan pronto como se vieron libres, corrieron en pos de la pitanza, sin dárseles un ardite de las conclusiones ni de los «goras», ni del irredentismo vasco…
     En cuanto a la manifestación, se han dicho muchas inexactitudes por algunos corresponsales vendidos al oro filibustero. En ella no tomaron parte elementos de toda Vizcaya, como se ha afirmado con sin igual desfachatez. Algún elemento de «Juventud vasca» y los obreros de la factoría de Sota, «Euskalduna». Un puñado de asalariados (obreros de Sota y empleados de sus escritorios) que se hartaron de gritar cuanto les vino en gana contra España y los españoles, con el beneplácito del a estas horas ex alcalde, que los presidía complacido.
     Véase, por las muestras, si tuvieron importancia los sucesos. Pero si es verdad que fue escasa por los elementos que fueron sus promotores, también es cierto que, como síntoma, merece concedérsela grande. Los perdonavidas y los asaltadores de periódicos y los apaleadores de indefensos camareros empiezan a campar por sus respetos. Individuos de antecedentes criminales –como uno de los detenidos por el asalto de «El Pueblo Vasco»- tienen cobijo en ese Partido que apadrina hordas salvajes como ese grupo denominado «Los de Achuri», mantenedores del desorden y capaces de cometer las más inicuas tropelías.
     Tiene importancia lo ocurrido, porque las personas de orden y la que no lo son, pero que sobre todas sus divisiones partidistas ponen el amor a España, no están seguras. Llueven anónimos sobre los más significados españolistas, conminándoles con terribles venganza; hacen alarde de su fuerza, porque aquellos puestos que debieran ser garantía para el ciudadano (la Alcaldía, la Presidencia de la Diputación) están en manos de hombres suyos; porque dicen que los millones de sus ricachos pesan demasiado en Madrid, y a su agobio se inclinan ministros y administradores de Justicia.
     A estas gentes hay que darles una ejemplar lección. Es preciso convencerles de que no se puede atentar impunemente a la propiedad y la vida de las personas sin que un Código caiga sobre ellas; que no se puede expresar públicamente un odio africano a la patria sin que el castigo venga inmediato; que para algo hay Guardia Civil, y Policía y, en último extremo, Ejército.
     De no obrar así, los sucesos del domingo se repetirán una y mil veces, cada vez con más graves caracteres. Y llegará el momento que los españoles tengamos que llevar el revólver en la mano y contestemos a tiros a las provocaciones e insolencias de los separatistas.
     Día que, por las trazas, no se hará esperar…
F. de Angulo Vázquez
Bilbao, 20 de diciembre de 1918