lunes, 18 de marzo de 2013

1937 Angulo en Santander (y IV)

La prisión de Larrinaga, de Bilbao, en una fotografía de febrero de 1936


   Como sabemos, Angulo sería trasladado a Bilbao, siendo recluido primero en la Prisión del Carmelo y seguidamente en la Prisión de Larrinaga (su ficha de prisiones indica que ingresó el día 24 de septiembre de 1937 y por una carta suya sabemos que a primeros de enero de 1938 fue cuando lo trasladaron a Larrinaga), dilatándose su reclusión en Bilbao a lo largo de 306 días. Con motivo de los intentos de canje de Angulo llevados a cabo por el gobierno republicano (tema ampliamente tratado en este blog con el título de “Historia de un canje frustrado”), una reseña periodística de septiembre de 1938 nos ofrece las que fueron últimas horas de Angulo en Santander, y en libertad, en agosto de 1937:
 
   “Al derrumbarse todos los frentes montañeses, Angulo queda encerrado en la hermosa capital de la Montaña. Por referencias fidedignas de otro periodista que se encuentra actualmente en Barcelona y que vivió los últimos momentos alucinantes de Santander, sabemos de la actuación de Angulo. Con otro bravo militar, el teniente coronel Gállego, Angulo se dedicó durante 48 horas, sin un minuto de descanso, sin comer ni dormir, pistola en mano, a la recuperación de fuerza que andaba dispersada por la ciudad y los barrios extremos. Hablaba a los soldados y les hacía montar en los camiones que salían con dirección al frente de Heras, que era la columna más próxima el 25 por la mañana. Fustigó en Las Farolas a un grupo de milicianos borrachos y rompió contra las escaleras de la Casa de Correos una caja de botellas de vino blanco. Sin embargo, no perdía el control de los nervios. Estaba tranquilo y hasta sonreía. Al embocar la calle del Hospital, encontró a varios oficiales que siseaban. Les dijo:
   - ¿Es que no estáis, camaradas, dispuestos a defender la ciudad, o preferís morir como corderos?
   No le contestaron. Le dieron a entender que todos los soldados estaban borrachos y que ellos no podían hacer nada. Desalentado, entró en el Ayuntamiento y se puso a dar paseos y a fumar. Cinco minutos después volvía a salir con la pistola en la mano, acompañado de Ramón García, un maestro nacional que tenía un cargo en Milicias de Cultura. A las seis de la tarde del día 25 ya no se le vió más, ni a Gállego tampoco”.
 
Edificio de Correos de Santander durante la guerra civil
 
   Como queda dicho, referencias fidedignas y dignas de todo crédito. El testigo de aquellos hechos, minero y periodista asturiano por entonces en Barcelona, era José María de la Torre, que firmaba con el pseudónimo de “Julio Vicente”, autor de numerosas crónicas de la guerra en Asturias, y una vez en Barcelona, desde el diario “La Vanguardia”, de la guerra en general. También fueron reproducidas sus crónicas en el diario de Toulouse “La Dêpêche”, que precisamente fueron sus responsables los que le ayudaron a salir de España aunque finalmente acabara internado en el campo de concentración de Argelés. De la Torre plasmaría esos momentos de Santander en una de las partes de un manuscrito titulado “Mañana llegan cien aviones”, que sepamos inédito en España y que al parecer alguien llevó a México por orden del propio autor aunque no tenemos constancia de si llegó allí o que fuera publicado.
 
José Gállego (foto extraída del blog de Miguel Estévez)
   El compañero en esos últimos momentos de Angulo era el Teniente Coronel José Gállego Aragüés. Además, curiosamente, ambos habían nacido en 1893 y ambos murieron en 1938. Gállego lo hizo en la población oscense de Aragüés del Puerto. Ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, fue destinado a Larache, y ya como Teniente dirigió la Policía Indígena de aquella ciudad del Protectorado de Marruecos. El alzamiento de julio de 1936 le cogió de permiso en Gijón, presentándose en el Comité de Guerra comarcal y siéndole asignada la Comandancia Militar de Gijón. Una vez establecida la calma allí, pasó a formar parte de la Comandancia del Frente Occidental y finalmente, destinado a Santander, donde coincidiría con Angulo.
   Comentaba la crónica que desde las 6 de la tarde del 25 de agosto de 1937 no se les vió más. De Angulo hablaremos después. Gállego tuvo la oportunidad de salir de Santander en alguna de las embarcaciones que zarpaban del puerto pero no lo hizo. Intentó llegar a Asturias, a través de territorio nacional, pero sería detenido en Cabuérniga el 1 de septiembre. Procesado y condenado a muerte en dos consejos de guerra, llegó a coincidir con Angulo en la prisión de Larrinaga de Bilbao. A Gállego le llegó la sentencia definitiva unos meses antes que a su compañero. Sería fusilado en el cementerio de Vistalegre de Derio el 28 de mayo de 1938. Refiriéndose a Larrinaga y a sus últimas horas, el comandante Agapito Urarte, también encarcelado, recuerda que esa madrugada, ante “las ya habituales idas y venidas de los funcionarios que sacaban nuevas víctimas para las matanzas del día siguiente … algunas de las víctimas al atravesar las galería prorrumpieron en gritos de ¡Viva la República! o ¡Gora Euzkadi Azkatuta!”. Gállego fue uno de ellos, recibiendo como respuesta una agresión tal que, como indica Urarte, “las heridas que recibió fueron de tal consideración, que hubo de ser asistido por un médico, para evitar el que llegara desangrado ante el piquete de ejecución”.
 
   Cuando se trataban las gestiones de canjearlo, el propio Angulo tuvo su recuerdo hacia José Gállego: «Mi mayor alegría será correr la misma suerte que los demás, recobrar la libertad y el derecho de vivir y a luchar por la República al mismo tiempo que los demás prisioneros, o a morir con ellos. Yo no soy, solo, nada; con estos hombres que la desgracia ha hecho mis compañeros, más aún, mis hermanos, estoy seguro de ser útil. Así, pues, nada de canjes particulares que me beneficien: todos o ninguno. He visto caer asesinados hombres de verdadero mérito, mucho mejores que yo, como el pobre Gállego, y me daría vergüenza vivir si, librándome yo de la muerte, otros muchos, mejores, más útiles, con más méritos y con historial de sacrificios superior al que yo puedo ostentar, quedasen aquí sometidos a tortura y bajo la amenaza de ser asesinados». Zugazagoitia también lo recuerda en sus memorias, “apasionado por su oficio, le atribuía un sentido profundo que no era frecuente descubrir en los cuarteles españoles. Su concepción de la guerra chocaba con la de sus superiores y la de sus subalternos. Con orgullo español, se afirmaba en una lealtad profunda, que se sentía interpretada en los discursos de Azaña. Su personalidad estaba como desterrada por las carreras improvisadas, sin querella de su parte, que no gustaba de ser confundido con los que, de una a otra exigencia, hicieron mercancía del oficio y papel de renta de la lealtad. Quienes trabajaron a su lado, compartiendo los riesgos de los combates y las pausas de los intermedios, no olvidan su recuerdo ni sus lecciones de moral. De éstas reprodujo algunas en su carnet durante el tiempo que estuvo esperando en la celda la llegada de la muerte”.
 
   ¿Y qué pasó con Federico Angulo a partir de ese 25 de agosto? Como pretendemos que este blog histórico mantenga un rigor y una seriedad alejada de sentimientos personales y de un romanticismo que entendemos se pueda manifestar en circunstancias tan dramáticas como un estado de guerra, anotaremos las reacciones de muchos de sus camaradas y compañeros, para después, contar la verdadera salida de Angulo de Santander. No tenemos ninguna duda del testimonio antes citado de José María de la Torre respecto de sus últimas horas en Cantabria, pero sí de las reacciones desencadenadas tras el fusilamiento de Federico y provocadas por este hecho, sin duda, pintadas de cierto halo heroico que queremos aquí rebatir, sin que ello signifique ni pretenda infravalorar en lo más mínimo la actuación del Teniente Coronel de Carabineros en aquellos momentos ya que era la más lógica cuando la ciudad estaba totalmente perdida para la causa republicana y era del todo punto inútil entregarse cuando existía una mínima posibilidad de escapar y llegar a zona republicana para tomar de nuevo las armas y seguir con la lucha. No nos queda duda que esa era la única pretensión de Federico Angulo y que fue de los que salió a última hora, mucho después que otros oficiales de mayor rango.
 
   Fueron publicadas opiniones como:
 
   - “Angulo, que pudo haber salvado la vida, se quedó allí sin municiones, sin medios de defensa, pero con el fusil en la mano, defendiendo el Palacio de la Magdalena, que la República, al convertirlo en Universidad, le había dado más prestigio que la realeza mientras lo tuvo por habitación”.
   - “La noche en que las autoridades evacuaron la ciudad, cuando un pánico contagioso se había apoderado de los que tenían el deber de mantenerse serenos, nuestro amigo fue instado para abandonar Santander en una motora. Se negó. “Tengo la obligación de correr la misma suerte que corran mis hombres. No soy un teniente coronel para los días fáciles, sino también para los difíciles”. Según una referencia que no me ha sido posible comprobar, nuestro amigo, a la cabeza de los suyos, se hizo fuerte en el Palacio de la Magdalena. Dicen que resistió hasta que, ¡otra vez!, los fusiles de sus soldados se quedaron hueros por falta de municiones. Buscando concentrar en su persona toda la responsabilidad, se rindió. A lo militar: con sobriedad y sin debilidad, esto es, poniendo de manifiesto su jerarquía”.
   - “…la pasmosa serenidad del Teniente Coronel Angulo. Y relata que al ser hechos prisioneros, Angulo, dueño de toda esa serenidad de la que él solo podía hacer gala, únicamente puso sobre el dolor de la situación esta rúbrica emocionante: “Hay que morir como se nace: de cara a la vida”.
   - “Cuando le proponen salir se niega a todos los requerimientos apremiantes de la amistad. Se queda, su hijo al flanco, con los carabineros a quienes ha dado una moral severa y puntillosa: No le hace reproche al destino. Lo acepta, como tantas otras veces, con un sobrio espíritu senequista. Tampoco se jacta de su comportamiento. Es más pobre de vanidad que de orgullo”.
 
Vapor "Aller", a bordo del cual fue detenido Federico Angulo en agosto de 1937
 
   Federico Angulo esperó hasta última hora pero finalmente no fue detenido en la defensa de la ciudad. Embarcó para salir de Santander en el Vapor “Aller”, carguero de bandera española construido en 1894 y que zarpaba de Santander con dirección a un puerto francés. El propio Angulo declararía al tribunal militar que le juzgaría que embarcó sin conocer el destino de la embarcación aunque una vez a bordo supo que se dirigía a Francia y que tras unas horas de navegación fueron interceptados por otro buque y obligados a cambiar de rumbo, conducidos hacia Bilbao. Que su propósito fue, según se desprende del propio Auto judicial, y en redacción del propio tribunal militar, el intentar huir a Francia y “volverse a internar en el territorio rojo de España para seguir guerreando contra las tropas del Glorioso Ejército Nacional”.
 
 
El "Galerna", antes y después de ser artillado por los nacionales
   El “Aller” fue capturado por el mercante “Galerna”, buque construido en 1927 y que los primeros meses de la guerra estuvo al servicio de la República, dentro de la Marina de Guerra Auxiliar de Euskadi, poniendo en comunicación a Bilbao con el sur de Francia. Sin embargo, el 15 de octubre de 1936 fue capturado por una flotilla de los sublevados y conducido al puerto de Pasajes. Armado con cañones Vickers y una ametralladora antiaérea, se convertiría en el autor de numerosas capturas en el Cantábrico de embarcaciones al servicio de la República.
 
   Esas fueron las últimas horas en libertad de Federico Angulo. Ya en Bilbao, sería recluido en prisión durante casi un año en la capital vizcaína y trasladado a la Prisión Central de Burgos seguidamente para morir allí fusilado.
 

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