viernes, 19 de agosto de 2011

1933 Las elecciones (II) Municipales


En las municipales, primera vez en España que la mujer tenía derecho a voto (cola de votantes en Hernani el 23 de abril)

ELECCIONES MUNICIPALES, ABRIL 1933

   A pesar de los condicionantes antes explicados, Azaña creía tener la situación bajo control y suponía tener el apoyo incondicional de la gran mayoría del electorado. Por esa razón, quiso aprovechar la ocasión para adaptar completamente la situación española a las leyes republicanas. Las elecciones de abril del 31 se rigieron por la ley electoral vigente en aquel momento y promulgada en 1907. Una vez establecida la República, el Gobierno decretó el 8 de mayo de 1931 un texto de reforma de la ley electoral de 1907. Aprobación muy criticada ya que, como dijo Antonio Goicoechea “es un atropello deliberado y consciente del derecho de las minorías”. Dado que, principalmente, el cambio más considerable fue la suspensión del artículo 29, no cuadraba demasiado con la idea de Azaña el hecho de que se mantuvieran gobernando los concejales elegidos en virtud al apartado que un mes después se suspendió. El pensamiento además de que esa consulta ayudara a consolidar el nuevo régimen llevó a Azaña a convocar las municipales en las poblaciones en las que se habían producido las destituciones por ese hecho. En total, debía hacerse la consulta en 2.478 Ayuntamientos, todos del ámbito rural. El Partido Socialista no era tan optimista como Azaña, y así se lo decía Prieto a Besteiro: «Es terco como una mula. Ahora se le ha metido en la cabeza, para reforzarse del traspiés de Casas Viejas, convocar elecciones municipales en los pueblos monárquicos en que se nombraron Comisiones gestoras. Caballero le ha dicho que en la mayoría de esos lugares nuestras organizaciones son débiles. No sé si todo esto lo mueven los radicales-socialistas o el propio Azaña, pero es una jugada peligrosa».

   El 28 de marzo se aprobaba el Decreto de convocatoria de elecciones municipales, cuyo primer artículo hacía referencia a la convocatoria: “Artículo primero.-Las elecciones para proveer las vacantes ocurridas en los Ayuntamientos, con motivo del cese de los concejales proclamados por el artículo 29 en las elecciones del mes de abril de 1931, se verificarán el domingo 23 del próximo mes de abril”. Pese a la casi total seguridad que tenía la izquierda de salir triunfante, lo cierto es que no dejaron de producirse suspensiones y altercados en las reuniones de campaña electoral que organizaban los partidos derechistas. De los mítines organizados por la parte gubernamental, el más multitudinario fue el celebrado el 9 de abril en la plaza de toros de Bilbao, en el que participaron Indalecio Prieto, Marcelino Domingo y el mismo presidente Manuel Azaña. ¡A conquistar las mayorías! titulaba “El Socialista” el día 17 de abril su edición, dando por supuesta la victoria: “Lo que nos importa es saber hasta dónde alcanza nuestra influencia en el país. Y no para allegar un conocimiento más, sino para establecer sus naturales consecuencias. Para conocer hasta qué punto habremos en lo sucesivo de reclamar de la República lo que al presente no le hemos reclamado: el encaje de una política socialista”. Indalecio Prieto era más realista y dejaba abierta la posibilidad de una derrota: “Las elecciones nos dirán si la República ha seguido un rumbo equivocado y si debe rectificarse. No hay que olvidar que estas elecciones por su extensión, por el momento y por las circunstancias en que se han de celebrar, tienen un carácter eminentemente político. Si las elecciones municipales resultasen adversas a la significación política de este Gobierno, acaso estarían ya de más las legislativas parciales”. Como estaba previsto, el domingo 23 de abril se celebraron las elecciones municipales –que fueron las primeras en España en que la mujer tenía derecho a voto-, que a modo de resumen produjeron los siguientes resultados totales: Partidos ministeriales 5.048 votos; Partidos no ministeriales 10.983.

   El resultado sorprendió al Gobierno de tal manera que, ante lo inesperado de los resultados, reaccionó con desdén e indiferencia, dejando claro que dentro de la democracia republicana existían diferentes clases de votantes. En palabras de Azaña: “Las elecciones se pueden dividir en dos partes: una los hechos en sí, y otra las consecuencias y los juicios, pero a mi juicio lo importante es esto: se han celebrado elecciones en pueblos que en otras naciones se llaman “burgos podridos”. Unos días después el presidente se ratifica en sus palabras y sigue creyendo que «no es posible afirmar que el resultado de la elección denote el sentir de la mayoría». Sin embargo, seguidamente deja entrever la posibilidad de una derrota al comentar que «Maura y Gil Robles aseguran que el país, visto el resultado de esta elección, está con ellos. Podrá ser cierto, pero habrán de demostrarlo el día de mañana con mejores pruebas». Sus declaraciones en el Congreso no dejaban de ser una salida por la tangente y por esa razón las fuerzas de oposición exigieron su dimisión. Alcalá Zamora evitó la disolución de las Cortes y se mantuvo Azaña como Jefe de Gobierno. En palabras de Jackson: “El presidente de la República consideró, sin embargo, que las elecciones municipales eran una inclinación del cuerpo electoral hacia la derecha y esperó que Azaña, que había mostrado una gran habilidad dirigiendo la mayoría, iría ahora más despacio con sus reformas legislativas mientras continuaba como jefe de Gobierno”. El jefe del Partido Radical, Alejandro Lerroux, la misma noche en que se conocieron los resultados se adelantaba a lo que sería la posición a seguir por parte del Jefe de Gobierno: “Se ha demostrado la repulsa de la opinión por la política desarrollada por los socialistas en el Poder, pero tengo mis dudas de que el Gobierno se haga eco de la derrota”.

   Cierto es que la representación cuantitativa en esas elecciones era alrededor del 10% de la población total española, pero no lo es menos que ya dejaba entrever una reacción negativa a la política que estaba llevando el Gobierno en esos últimos tiempos. Reacción que, como veremos, se traduciría en victoria en las elecciones generales del siguiente mes de noviembre. Gil Robles dejaba clara su opinión sobre la derrota ministerial: “El señor Azaña decía que eran despreciables cuantitativa y cualitativamente los votos, porque eran de burgos podridos. Lo que se votó en las elecciones del domingo ha sido: o con el Gobierno o contra el Gobierno. Habéis perdido y hoy seguís en el Poder sin dignidad política y sin votos. Por más que insistáis no se puede argumentar diciendo que la elección no es importante por la poca cantidad de votantes. Si tenéis la seguridad en la opinión, convocad elecciones”. La crisis de Gobierno acaecida tras los resultados de las municipales se debatió en las Cortes los siguientes días. En dichas sesiones se atacaba desde una parte la labor del Gobierno, y desde la otra, se intentaba defender todas y cada una de las medidas adoptadas para el buen funcionamiento de la República. El abandono por grave enfermedad de la cartera de Hacienda de Jaume Carner fue el pretexto para la disolución y encargar gobierno a los socialistas Besteiro, Prieto y Domingo. Al no aceptar éstos el cargo, Azaña retomó el mando y el día 12 de junio formaba nuevo equipo ministerial.


Azaña, a la salida de consulta con Alcalá Zamora tras recibir encargo de formar nuevo Gobierno

REFORMA DE LA LEY ELECTORAL

   El 1 de julio se presentaba a discusión el proyecto de reforma de la ley electoral. Fueron diversas las sesiones de Cortes en las que se discutió el proyecto de ley. Tras unas primeras intervenciones de los diputados Suárez Picayo, Torres Campañá y Gil-Robles, que defienden un sistema proporcional y no el de mayorías que se propone, en la del 6 de julio Azaña, Presidente del Gobierno, llevó a cabo su defensa del proyecto, en la que consideraba conveniente la suspensión del sistema proporcional: «Estamos haciendo la despedida al sistema proporcional y no oímos más que sus alabanzas. Yo os tengo que decir que personalmente siempre que haya un choque entre régimen de mayorías y de minorías, y el proporcional, votaré contra éste, y en ese criterio abunda con rara unanimidad el ministerio. El régimen proporcional ha sido siempre de consecuencias funestas donde se ha implantado». Azaña es consciente del riesgo del sistema que propone, que a la postre le perjudicaría, y en base a esa idea rebate los comentarios del diputado Ossorio y Gallardo, totalmente contrario a ese proyecto: «El señor Ossorio y Gallardo acertó en un concepto político: aplastamiento. ¡Aplastar! Todavía no sabemos quiénes vamos a ser los aplastantes y los aplastados». Y Azaña va más allá. Seguro del éxito de su iniciativa, se permite alardear y despreciar una posible derrota que lejos estaba de sus planes: « ¿Qué por el proyecto actual triunfan los enemigos de la República? ¡Qué le vamos a hacer! Nosotros estamos aquí porque republicanos y socialistas tienen mayoría, sino no habría un Gobierno, ni Cortes, ni Gaceta, ni nada. ¿Qué triunfan los monárquicos? Que demuestren esta mayoría. S.S. es un patricio que comparte su vida entre el Foro y los conceptos rotundos. S.S. sueña a veces con Catilina. No, no hay Catilinas en la República y si alguien intenta pasar el Rubicón con tropas armadas, que se atreva a ello, que lo haga. El Rubicón sería el Manzanares y yo aseguro que no lo pasaría». Ante la crítica de ser el de mayorías un sistema antidemocrático, cierra filas en defensa de la República y arremete contra el anterior sistema: «Se piensa en defender a las minorías antirrepublicanas y monárquicas y no en defender a la República, y con ella a las minorías republicanas de todos los matices y socialista. Hay que evitar el copo».

   No juzgaba lo mismo el diputado Osorio y Gallardo, uno de los más activos en aquellas sesiones: « ¿No equivaldrá esto a provocar, en lo íntimo de la sociedad española, una guerra civil? Allí donde las derechas anti-republicanas preponderen, los amigos del régimen vigente quedarán reducidos a la impotencia; y donde logren primacía los socialistas, se hará política socialista a sangre y fuego».

   En las filas socialistas se intentaba llegar a un acuerdo y adoptar una postura definida con vistas a cómo podría influir la aprobación de la nueva ley si decidieran apartarse y finalizar su apoyo al Gobierno. Fernando de los Ríos reunió en un despacho de las Cortes a Largo Caballero, Prieto, Vidarte y de Francisco. Su valoración de la situación en ese momento sería perfectamente aplicable a la que se presentaría con anterioridad a las elecciones de noviembre. Analiza la pujanza de las fuerzas de derecha y la desmembración de las de izquierda de la siguiente manera: «Una derecha unida, agresiva, clerical y monárquica; unas fuerzas republicanas de derecha, sin coexistencia ni pujanza, un Partido Radical-socialista pulverizado; un grupo regionalista gallego, que aparentemente está adscrito a Casares Quiroga, pero donde nadie le puede ver ni en pintura. Como fuerzas unidas y coherentes, la minoría de Azaña, la nuestra y el gran empuje de la Esquerra catalana que, aun formada por diferentes sectores políticos, triunfará, gracias al Estatuto que la República reconoció. Frente a este panorama de las fuerzas que hemos colaborado con el Gobierno están diferentes grupos de derecha no republicana y de corazón monárquico que se unirían contra nosotros, y el Partido Radical, con fuerza propia en algunas regiones y que en los demás lugares de España estará a expensas de que los sindicalistas quieran o no votar sus candidaturas. En pocas palabras, una derecha unida, decidida a deshacer nuestra obra, contra una izquierda minada por toda clase de rivalidades y pasiones». Al finalizar la reunión, Fernando de los Ríos ya apunta la decisión, corroborada por los demás: «Así las cosas, considero un deber decir a los republicanos que puede ser que el Partido Socialista vaya solo a las elecciones y que tengan esto muy presente antes de aprobar la ley electoral». Apoya la resolución Indalecio prieto «Sí, sería un acto de nobleza por nuestra parte», y Largo Caballero la acepta «Yo a eso no puedo oponerme».

   Finalmente, el día 20 de julio las Cortes aprobaban definitivamente el texto de reforma de la ley electoral.


LARGO CABALLERO Y EL VERANO DE 1933

   Tras los resultados de las municipales y la crisis de junio en la que los socialistas no consiguieron formar gobierno, un nuevo punto a tener en cuenta de cara a su posible influencia en el ánimo de los electores fue la radicalización de Francisco Largo Caballero. Al ver el inicio de la caída del gobierno Azaña y los posibles derroteros que seguiría la República bajo manos derechistas, se hizo asidua la discusión dentro del Partido Socialista sobre la conveniencia de seguir prestando su apoyo al gobierno, y es cuando las intervenciones de Largo Caballero se hacen más revolucionarias y encaminadas a la ruptura con la democracia burguesa: «Antes, en la Monarquía, nos encontrábamos con que el primer paso en nuestro avance sería el advenimiento de la República; pero ahora, después de la República, ya no puede venir más que nuestro régimen. No es cuestión de aplaudir ni regocijarse; es que no hay otra posibilidad».

   El 23 de julio, en el Teatro Pardiñas, se dirige a las Juventudes Socialistas de la siguiente manera: “Considero que el régimen en que vivimos no es inmutable. Es necesario que la clase trabajadora actúe incesantemente para lograr un cambio del régimen actual a otro socialista. No hay que olvidar lo que decía Carlos Marx: «La emancipación de la clase trabajadora es obra de ella misma»”. A pesar de aparecer como muy posible el abandono socialista al Gobierno, de ninguna manera acepta Largo Caballero la posibilidad de que sea el propio Azaña el que prescinda de su colaboración. En su discurso en el mes de agosto en la Escuela de Verano de Torrelodones advierte contundentemente al Gobierno sobre la posibilidad de expulsión de los socialistas del Consejo: “Ya pueden tener cuidado con la forma que emplean para desahuciar al Partido Socialista de la gobernación del estado, no porque nosotros tengamos ambición... sino porque el Partido Socialista tiene su dignidad, y su dignidad no le permitiría que de cualquier manera se le echase del Poder Público”.

Discurso de Largo Caballero en el Teatro Pardiñas de Madrid

   Sobrevendría después la derrota en la elección de vocales al Tribunal de Garantías en la que los socialistas tan solo conseguirán un integrante y el apartamiento definitivo del gobierno. Es entonces, durante la campaña electoral para las generales de noviembre, cuando Largo Caballero y una parte importante de los socialistas radicalizan sus posturas y adoptan una posición claramente beligerante para con el resto de fuerzas y el propio sistema democrático. El cine Europa, el 20 de octubre, es testigo de las siguientes palabras del ex ministro de Trabajo, ante la posibilidad de una victoria derechista: “Como los milagros no son fenómenos de nuestro tiempo, donde usted ha dicho milagro yo pongo malas artes, soborno, pucherazo, y claro está que un Parlamento así elegido, a nosotros no nos merecería el menor respeto, y ya sabe usted lo que debe hacerse con las cosas no respetables: destruirlas o desobedecerlas”. En apoyo a estas declaraciones, Luis Araquistain, elemento muy influyente en esa nueva postura socialista, proclama: “En la lucha electoral ha naufragado la República burguesa. El régimen republicano no nos sirve; creemos con Lenin que la República democrática es la forma más adecuada para el capitalismo. El dilema no es ya Monarquía o República; República o Monarquía; no hay más que un dilema, ayer como hoy, hoy como mañana: dictadura capitalista o dictadura socialista”. Tanto Araquistain como Julio Alvárez del Vayo fueron los principales elementos que secundaron a Largo Caballero.

   Pero no consiguieron su objetivo. Los resultados de las generales de noviembre fueron para los socialistas un auténtico descalabro, pasando de los 115 diputados conseguidos en junio de 1931 a los 58 en esta ocasión. ¿Esa radicalización y la negativa a unirse con los republicanos de izquierda fue un planteamiento equivocado? Amaro del Rosal, miembro de la Dirección Nacional de UGT cree que sí: “El error de Caballero y de cuantos le seguíamos fue el de meter en el mismo saco a todos los republicanos sin acudir a un examen objetivo, a un análisis político, desapasionado, de esa importante parcela de la pequeña burguesía española, intelectual y progresista que ejercía su influencia sobre una parte muy importante en el ejército, en la clase media, en general, en la opinión pública. De ahí la táctica errónea de las elecciones de noviembre”.

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