Dos imágenes de la Prisión Central de Burgos en la actualidad (de Google Maps y Ricardo Melgar respectivamente) |
En un día como hoy de hace 75 años, tres
personas dejaban a su espalda esos muros, esos compañeros, esos ideales, esa
vida… su vida. Un 3 de octubre de hace tres cuartos de siglo tres personas
verían como se les impedía ver de nuevo la luz del sol y se les privaba de la
posibilidad de seguir manteniendo ese anhelo de libertad, de seguir deseando
llegar al día del reencuentro con sus seres queridos, de sus compañeros … de
vivir.
Este texto quiere ser un pequeño y sincero
homenaje a esas tres personas que nos dejaron -más bien les hicieron dejarnos-
hace hoy 75 años. Y es por ello que no solo queremos hacer referencia a la
persona que protagoniza este blog, sino también a los que le acompañaron en sus
últimos momentos y corrieron su misma suerte. Vaya nuestro recuerdo en este día
a Federico Angulo Vázquez, José San Miguel Sáenz y Francisco Hernández Gaya.
Los tres vivieron sus últimos días entre
esos muros de la Prisión Central de Burgos. Federico y José ingresaron el 26 de
julio de 1938 procedentes de la Prisión de Larrinaga en Bilbao. Francisco lo
haría un poco después, el 12 de agosto, trasladado del mismo lugar. Ya en
nuestra entrada “La Prisión Central de
Burgos” hablábamos de la historia del Centro y de cómo transcurrió el
traslado desde Bilbao y la vida en esa prisión. Ahora vamos a ceñirnos simplemente
a los últimos momentos, comenzando por sus compañeros.
Fachada principal de la Prisión en 1932 |
José Evaristo SAN MIGUEL SÁENZ era un
guipuzcoano de Oiartzun, lugar en el que nació el 20 de octubre de 1882, siendo
bautizado el 26 en la Parroquia de San Esteban. Hijo de Valentín San Miguel
Barrón y de María Cruz Sáenz Romeo, ingresó en el Cuerpo de la Guardia Civil en
cuya Comandancia de Logroño prestó servicio, hasta que, en 1919, pasaría a la
de Vizcaya. De estado casado, tuvo un hijo y dos hijas, el mayor de 28 años y
el menor de 11 en esos momentos. Su mujer e hijos deberían haber salido de
España ya que dejó escrito que ciertas pertenencias fueran enviadas a su cuñada
Isabel Estévanez Fernández, domiciliada en la calle General Castelló de Bilbao.
Procesado en juicio sumarísimo número 11534 de 1938 y condenado a muerte por
adhesión a la rebelión militar, procedente de Bilbao ingresa en la Central de
Burgos el 26 de julio de 1938. Pocos días le faltaron para cumplir los 56 años.
Esa madrugada del día 3 tuvo tiempo para dar un último adiós a sus compañeros:
Perdonadme la molestia y os ruego entregue
el amigo Sobrino al compañero que últimamente vino de Bilbao llamado Francisco
Alarcia Mateo, que creo estará en la Brigada 13, un librito de la necrología de
mi familia y si no hay inconveniente la colchoneta. Nada más que un
agradecimiento sin fin. Os abraza s.s.
José San Miguel
Sáenz
Esta petaca y fotografía para el preso Nicanor Sobrino de la referida celda nº 57. Asimismo deseo le sea entregado al compañero Sobrino de predicha celda, el reloj, una cartera de cuero, los lentes y dos pañuelos entregados en el Centro.
San Miguel
Esas fueron sus últimas voluntades. El
guardia civil Alarcia Mateo ingresó en Burgos el 3 de septiembre de 1938, justo
un mes antes de sus palabras, y fallecería estando todavía preso en Burgos por
enfermedad el 19 de julio de 1941. El que fuera su mejor amigo en prisión, poco
tiempo pudo tener en sus manos esa “herencia”. El bilbaíno Nicanor Sobrino
Losada sería fusilado en el mismo lugar un año después, el 4 de noviembre de
1939.
La
tierra no es redonda:
es
un patio cuadrado
donde
los hombres giran
bajo
un cielo de estaño.
Soñé
que el mundo era
un
redondo espectáculo
envuelto
por el cielo,
con
ciudades y campos
en
paz, con trigo y besos,
con
ríos, montes y anchos
mares
donde navegan
corazones
y barcos.
Pero
el mundo es un patio.
Un
patio donde giran
los
hombres sin espacio.
(Marcos
Ana)
Patio central de la Prisión Central de Burgos en 1932 |
El domingo 2 de octubre Angulo todavía
mantendría viva la emoción de haber podido compartir tres días antes unos
minutos junto a su hermano Luis y cuñada Rosa Montaño, de recibir noticias de
su mujer e hijos -el mayor preso en el campo de concentración de Santoña, el
menor y la madre en la ciudad francesa de Tarbes- y de mantener la esperanza
todavía de que las cosas pudieran volver a la normalidad. Nada pudo decir
Federico a su hermano sobre lo que finalmente iba a suceder porque nada sabía.
Quizás lo sospechara, pero transcurrido más de un año con la sentencia de muerte
a cuestas y no ejecutada aún, puede que en su fuero interno albergara alguna
mínima esperanza de salir airoso del trance. Nada sabía porque ni tan solo eso
le dejaron: ni pensar que se aproximaba su final, ni despedirse de su hermano,
ni de dar un último abrazo a su compañero de la celda nº 17, Máximo Andonegui,
al que legó alguna de sus últimas pertenencias. Rafael de Gárate (Ramón de
Galarza) recuerda en su “Diario de un
condenado a muerte” que: “Este Sr.
Teniente Coronel Angulo estaba en compañía nuestra en el presidio de Burgos.
Una tarde abrieron la puerta y le requirieron que salga. Ni él ni sus
compañeros supusieron que no le verían más. Al siguiente amanecer fue fusilado”.
La tarde a la que se refiere es la del domingo 2 de octubre. Ni Angulo ni sus compañeros
sabían lo que se avecinaba. Y eso a pesar que ya desde el 30 de septiembre
estaban dictadas las instrucciones para llevar a cabo la ejecución tras recibir
en la prisión telegrama urgente del Cuartel del Generalísimo.
Junto con el telegrama, llegaban ese mismo
día las instrucciones firmadas por el Coronel de Estado Mayor de la 6ª Región
Militar José Aizpuru Martín-Pinillos:
1ª. La ejecución tendrá lugar en la mañana
del día tres de octubre próximo y hora de las seis y media en las inmediaciones
de la Prisión Central.
2ª El piquete de ejecución estará compuesto
de diez y ocho guardias civiles de la Comandancia de Burgos, afectos a la misma
al mando de un Oficial.
3ª Cuidará dicho Oficial que la fuerza lleve
las armas cargadas y montadas, con el seguro puesto, el que los guardias
quitarán a la señal dada por el citado Oficial.
4ª La custodia del reo, desde la entrada en
capilla hasta su traslado al lugar de la ejecución, se hallará a cargo de los
Oficiales y fuerzas de la prisión, reforzándose la vigilancia.
5ª La conducción del reo desde la Prisión
hasta el lugar de la ejecución, se hallará a cargo del piquete nombrado.
Burgos, 30 de
septiembre de 1938
III Año Triunfal
Sin todavía llegar a imaginar lo que
sucedería horas después, transcurría la mañana de ese 2 de octubre como la de
un día más en presidio, la de un domingo normal en la Prisión Central de Burgos:
la formación de filas en el patio para presenciar “el izamiento de la Bandera, a los acordes de la Marcha Real tocada por
un cornetín”; los vivas franquistas con el brazo en alto, el desayuno en
cualquier lugar de dicho patio; los paseos interminables por él, y cómo no,
siendo domingo, la obligación de asistir a la celebración de la Santa Misa. No
sabemos si aquel domingo oficiaría el Padre Bolinaga, que en opinión de Agapito
de Urarte tenía una “fría actitud y
figura altiva, de rubicundo e impasible rostro bajo un cabello ralo y gris,
casi blanco, con una mirada que a través de sus lentes se adivinaba
escrutadora, huidiza y distante, con su gesto evasivo y hostil”, y Angulo
tuvo que soportar en su último día sus “hirientes
y soporíferos sermones, discursos o arengas”, o bien lo sustituiría, como
en otras ocasiones que faltaba, el Padre Capellán don Ildefonso, que “parecía un párroco de aldea sencillo y
bueno que se limita a exponer literalmente, sin muchos comentarios, los pasajes
del Evangelio”. Terminada la misa y cantados los inevitables himnos
franquistas, el desfile ante las humeantes calderas para recoger una comida
que, como cualquier otro día, bien pudiera haber sido “un líquido negruzco donde flotaba un puñado de habas”, de nuevo
vuelta a los paseos interminables hasta que “a
las siete de la tarde, tenía lugar el acto final de los reclusos en el patio.
Tocaban el cornetín y teníamos que dirigirnos, a paso rápido, a formar en
nuestras columnas respectivas. Seguidamente el recuento, los cantos y los vivas
de rigor”, para seguir desfilando hacia los pabellones y brigadas: “Las puertas se cerraban tras de nosotros y
ya teníamos por delante, toda una noche para pensar, para desesperarnos o para
dormir”.
Angulo se dirigió aquel día hacia los
pabellones de celdas individuales sin imaginar que sería la última vez que lo
hacía. Celdas individuales en las que estaban los condenados a muerte y que con
sus “dos metros y medio de ancho por tres
y medio de largo y de alto” y a pesar de denominarse individuales, se
distribuían en ella entre 8 y 10 presos y colocados en cada una según orden
alfabético de apellido. Angulo entró a la caída de la tarde en la celda nº 17 y
poco después salió para no volver. Se hacía efectiva la orden dictada esa
mañana por el Juzgado Militar nº 16 de Burgos en la que el Juez Militar Ramón
Rodríguez manifestaba:
En sumarísimo num. 995 de 1937 por el delito
de rebelión militar contra Federico Angulo Vázquez tengo acordado dirigir a V.S.
el presente a fin de significarle que en el día de mañana y hora de las seis y
media se procederá a la ejecución de la pena de muerte impuesta a Federico
Angulo Vázquez.
Lo que participo a V.S. para su conocimiento
y se avise al Sr. Capellán de ese Establecimiento Penitenciario para que
proceda a asistir en los auxilios espirituales al reo si los pidiere.
Dios guarde a V.S. muchos años
Burgos 2 de octubre de 1938
III Año Triunfal
A primera hora de la madrugada del día 3, Angulo
recibía la visita del Juez Instructor, Ramón Rodríguez, del Defensor (si es que
se le puede llamar así) Saturnino Sanllorente Valdizán y del Secretario para
leerle la notificación de ejecución de la pena. Se negó a firmarla y lo
hicieron por él los oficiales de la prisión Enrique Rivero Pérez y Juan
Gutiérrez Moreno, para seguidamente ser conducido a la sala destinada a
Capilla. Acto seguido, el director de la Prisión, Marcos Jabonero, ordenaba que
“El Sr. Jefe de servicios dispondrá que
los Sres. Guardianes de servicio en el Rastrillo y Puerta principal de la
Prisión, permitan la salida, previamente identificados a los sentenciados a la
última pena del margen que serán entregados al Oficial de la Guardia civil que
manda el piquete de ejecución, devolviendo la presente una vez cumplimentada”.
Al margen se citaba a Federico Angulo Vázquez, José San Miguel Sáenz y
Francisco Hernández Gaya.
La entrega se hacía a las 6 horas y 25
minutos de la mañana del 3 de octubre de 1938. Bastarían poco más de cinco
minutos para llegar a las “inmediaciones
de la Prisión Central”, lugar designado para segar la vida de los tres reos,
oficialmente “a consecuencia de heridas
por arma de fuego”. La primera persona que se aproximó al cuerpo inerte de
Federico Angulo (imaginamos que también del de San Miguel y de Hernández) fue
un médico de tan solo 29 años, Juan Coll Boleda, encargado de certificar su
muerte. Los tres cadáveres fueron trasladados al Depósito Judicial y al día
siguiente, una vez recibida la licencia de enterramiento, inhumados en el
Cementerio de San José de la capital burgalesa. Luis Almendros, celador del
cementerio, sería el encargado de certificar que Federico Angulo fue enterrado “en el Cementerio Civil, correspondiéndole
el número 69 de entrada”.
Soñar,
siempre soñar
que
vuelvo a todo aquello,
lo
que dejé y ya nunca
encontraré al regreso
(Marcos
Ana)