Teniente José Castillo |
Anochece ya en la capital. Son las últimas
horas de un caluroso domingo de julio que contempla a una pareja casi recién
casada pasear por la ciudad de vuelta a casa. Todavía no lo saben en ese
momento, pero están esperando un hijo. A pesar de tener ella la intención de
acompañar a su marido, que ha entrar de servicio en el Cuartel de Pontejos, él
la hace desistir en su empeño. No desea que su mujer tenga que volver sola a
casa y se despiden en un portal de la calle Augusto Figueroa. Hace tan solo
cuatro meses que ha ingresado, por petición propia, en el Cuerpo de Asalto,
donde ha quedado encuadrado en la 2ª Compañía de Especialidades. Atrás ha
quedado su pertenencia al Arma de Infantería, su participación en la guerra de
Marruecos con los Regulares de Tetuán nº 1, su condena a un año de prisión
militar por negarse a disparar sobre el pueblo a raíz del levantamiento de
octubre de 1934… En estos momentos está afiliado a la Unión Militar Republicana
Antifascista y es instructor de milicias de las Juventudes Socialistas.
Ese 12 de julio, Consuelo Morales no podía
imaginarse que aquella sería la última despedida. El teniente de Asalto José
Castillo, tampoco lo hubiera hecho, a pesar de que desde hace un tiempo,
concretamente desde el entierro del alférez Anastasio de los Reyes en el mes de
abril, viene recibiendo anónimos amenazadores. El disparo que Castillo realizó
sobre el joven tradicionalista Luis Llaguno, al que hirió gravemente pero no
mató, como se ha relatado posteriormente, es el motivo.
El pequeño tiempo transcurrido y la escasez
de los metros de distancia que el teniente ha recorrido, permiten que Consuelo
llegue a percibir el sonido de varios disparos desde las dependencias de su
casa. Su marido tan solo ha tenido tiempo de llegar a la confluencia de su
calle con Fuencarral, de persignarse frente a la capillita existente en esa
esquina levantada dos siglos antes en honor a la Virgen de Nuestra Señora de la
Soledad y comenzar a cruzar Fuencarral para dirigirse a la Puerta del Sol. En
ese momento es cuando le alcanzan los disparos efectuados por varios
desconocidos, y herido de muerte, el taxi en el que ha sido introducido y que
pretende llegar a tiempo al Equipo Quirúrgico de la calle de la Ternera no
consigue su objetivo. Los médicos de guardia, Moreno Butragueño y Tamames, no
tienen más que certificar su muerte. Antes de medianoche, por disposición de su
director, Alonso Mallol, el cuerpo del teniente Castillo ya se encuentra en la
Dirección General de Seguridad.
Féretro del Teniente Castillo en la Dirección General de Seguridad |
José Calvo Sotelo |
En un domicilio de la calle Velázquez no se
tiene la menor noticia de lo que ha ocurrido unas pocas horas antes. Como
cualquier otro día, toda la familia y el servicio se acuesta tras la cena. No
han pasado ni tres horas desde la medianoche cuando se presenta una visita
inesperada. El lógico sobresalto despierta primero a las criadas y después a
toda la familia. En la calle permanece a la espera una camioneta, la número 17,
de la Guardia de Asalto. Ante la puerta del domicilio, diversas personas de
uniforme y otros de paisano apremian a que se les franquee la entrada.
El capitán de la Guardia Civil Fernando
Condés lidera el grupo visitante que bajo pretexto de tener orden de registrar
la casa, ocupan la vivienda del líder monárquico y diputado propietario de la
misma. La escolta ha confirmado desde su posición que los visitantes son
guardias. Su mujer, Enriqueta Grondona, asiste conmocionada al atropello del
que está siendo objeto su familia a horas tan intempestivas. La demanda de
orden de registro no obtiene ningún resultado. Primero con corrección, después
con más premio y nerviosismo, la petición de telefonear al Director de la DGS
obtiene igualmente resultado nulo. Con objeto de tratar de tranquilizar a la
familia, y con la confianza depositada por su inmunidad parlamentaria, Condés
finalmente logra su objetivo de sacar de la casa al cabeza de familia tras
enseñarle su documentación oficial de la Guardia Civil.
La camioneta inicia el que sería el último
trayecto de su ilustre pasajero. No han pasado demasiados metros cuando el
sonido de un disparo se hace eco en el silencio de la noche. Luis Cuenca, perteneciente
a un grupo de jóvenes socialistas conocido como “La Motorizada”,
incondicionales de Indalecio Prieto, ha sido el brazo ejecutor. José Calvo
Sotelo, el cadáver que yace entre los asientos de la camioneta y que poco
después será depositado en una sala del Cementerio del Este.
Camioneta de Asalto en la que fue asesinado Calvo Sotelo |
El líder socialista Indalecio Prieto recibe
la noticia en Bilbao. Inmediatamente se pone en camino y consigue llegar a
Madrid la tarde del lunes, dirigiéndose directamente a su domicilio y sede del
diario El Socialista, en Carranza, 20. Allí se encontrará con Zuga, con Condés,
con Cuenca… Aunque con algún tiempo de diferencia, Madrid asistirá en la mañana
del 14 de julio al entierro de los dos asesinados. Prieto forma parte del grupo
presidencial en el sepelio de Castillo. En el de Calvo Sotelo, entre la
muchedumbre que le da el último adiós se encuentra un observador, un
periodista: Federico Angulo.
Entierro del Teniente Castillo |
Entierro de Calvo Sotelo |
Tras el entierro y los altercados producidos
seguidamente, Angulo da cumplida noticia a Zuga y a sus compañeros de El
Socialista, y sobre las 7 de la tarde llega al Congreso de Diputados. Allí
comenta detalles de lo que ha podido ver, tanto en la capilla ardiente como en
el cementerio: el cadáver amortajado con el hábito franciscano, el crucifijo en
su pecho, la bandera roja y gualda, las personalidades que presidían el duelo,
las palabras ante la tumba del líder de Renovación Española, Antonio Goicoechea…
“imitar tu ejemplo, vengar tu muerte,
salvar a España”. Prieto también está en el Congreso. Le pide a Angulo que
pase con él a la Biblioteca y le dé todos los pormenores de lo que ha visto y
oído. Lo que él mismo experimentó en el entierro de Castillo, y lo que le
contará Angulo en el de Calvo Sotelo, se traducirá en un artículo que se verá
publicado en el diario El Liberal de
Bilbao el 15 de julio:
Madrid 14.-
Jornada nerviosa la de hoy en Madrid, que se abrió y cerró sangrientamente. Se
abrió con una refriega en las obras de la Ciudad Universitaria, a cuenta de la
huelga del ramo de la construcción, y quedó cerrada con el tumulto en la parte
más alta de la calle de Alcalá, provocado por quienes habían asistido a la
inhumación del cadáver del señor Calvo Sotelo. Porque hoy se enterraron los
cadáveres de las víctimas de ayer, como mañana se enterrarán los de las de hoy.
Yo asistí
esta mañana al acto de dar sepultura a los restos del teniente de Asalto D.
José del Castillo. Sígame el lector en mis observaciones, y se dará cuenta de
toda la hondura de la guerra civil que vive España. Son tan profundas nuestras
diferencias, que ya no pueden estar juntos ni los vivos ni los muertos. Parece
como si los españoles, aún después de muertos, siguieran aborreciéndose. Los
cadáveres de D. José del Castillo y D. José Calvo Sotelo no podían ser
expuestos en el mismo depósito. De haberlos juntado se habrían acometido
ferozmente ante ellos sus respectivos partidarios, y al depósito le hubiera
faltado espacio para la exposición de las nuevas víctimas.
El cadáver
del señor Calvo Sotelo quedó en el depósito general, y el del señor Castillo se
llevó al depósito del que fue Cementerio civil.
El cadáver
del señor Castillo estaba custodiado por guardias de Asalto.
El del
señor Calvo Sotelo, por guardias civiles.
Al primero
le rindió homenaje una gran masa proletaria.
Al segundo
le escoltó hasta la fosa una legión de señoritos.
¿Se quiere
una expresión que pinte con mayor patetismo el actual estado de España?
Difícilmente podría hallarse otra más gráfica.
Los odios
de una y otra muchedumbres saltaban por encima de las tapias que acotan los dos
recintos mortuorios. Acaso el choque de estos odios, al encontrarse en la
atmósfera, sobre los muros, contribuía al ahogo, a la asfixia de una mañana de
sol inclemente.
Al pie de
la sepultura de D. José del Castillo, mientras la tierra, lanzada a azadonazos,
caía sobre el ataúd, recogí, en medio del silencio, saludos musitados al oído.
Eran socialistas, compañeros de presidio que se veían por vez primera después de
despedirse en el rastrillo de la prisión, cuando la amnistía, al otorgarles la
anheladísima libertad, les dispersó.
-«¿No has
vuelto por Asturias, Antonio?»- oí que le preguntaban cerca de mí a un minero.
-«No;
únicamente he ido a Portugal a ver a mi madre. La pobre no llegó a saber que yo
estaba preso. De haberlo sabido se hubiera muerto de pena, porque ya es muy
vieja. Pero me las ingenié para ocultarle mi situación, y cuando me trasladaron
al presidio de Chinchilla fingí en mi correspondencia con ella que estaba en
aquel pueblo desenvolviendo un pequeño negocio. »
La sombra
de la represión de octubre pasó ante mí. De entonces arrancan muchas cosas
trágicas. El asesinato de Calvo Sotelo recuerda tanto el de Sirval.
Aquello de
octubre fue una gran siembra de odios. De simiente sirvieron los hechos
monstruosos de la represión, pero luego de echada en el surco hubo labradores
celosísimos –los que encubrieron, premiaron y glorificaron a los asesinos- que
pusieron todo su empeño en que la semilla fructificase. ¡Extraños agricultores
estos que se duelen al ver cómo han florecido las plantas tan amorosamente
cultivadas por ellos! Se duelen, pero reinciden. Por lo visto, aspiran a que no
les alcance a ellos el tóxico de sus plantaciones venenosas.
Me dicen
que ayer ha caído el presidente de la Casa del Pueblo de Sigüenza. Otro más a
la lista, una lista inacabable en la que figuran, como nombres destacados,
Manuel Andrés, Juanita Rico, Faraudo, Castillo… Dado el sistema de ejecuciones,
pueden –podemos- estar en capilla muchos sin saberlo.
Camino
abajo, después de enterrar a José del Castillo, vienen hacia Madrid los
obreros, chaqueta al brazo. Cuando pasan frente a las arcadas del Cementerio
general, topan con una barrera de guardias civiles a caballo, que parece la
prolongación del muro que allí concluye. Detrás de los guardias montados se
alinean grupos de fascistas que custodian el cadáver de Calvo Sotelo.
Hay un
cambio de miradas iracundas.
He ahí,
perfectamente simbolizada, la España de hoy.
INDALECIO PRIETO
(Mi más sincero agradecimiento a mi amigo
Jordi Pedrosa, siempre tan diligente con nuestras peticiones, que sin su ayuda
no hubiera sido posible realizar esta entrada).