El Puerto de Bermeo, agosto de 1912 |
« Luce el sol opacamente, á través de un cielo grisáceo y triste. Hay en la atmósfera ficticia quietud, calma mortificante que excita los nervios. El mar muy azul, miente sosiego. Es la media tarde. En el horizonte se dibujan levemente penachos de humo. Son los vapores que de mañana fueron á pelear. Más acá vence barcas quietas en un sitio, meciéndose al vaivén de las olas. La gente que las tripula, tienen fijos los ojos en los cabos de la red.
Buena va la pelea. Pesa la red que es un contento. Hoy han de resarcirse con creces de tantos días de escasez. Poco á poco, tan apriesa como permite el peso van subiéndola á brazo. Faltan sólo dos ó tres brazas de cabo para que la red vuelque su gran tripa plateada en el fondo de la barca. ¡Hala, hala!... Y á la voz del patrón, al unísono, van recogiendo cabo poco á poco, ansiosos, satisfechos, sonrientes… Igual faena hacen en la vapora que compone la pareja. Vanse juntando una á otra, achicando la distancia.
Por fin están borda á borda casi. Salió la red, destelleando reflejos como sobre plata, al ser barrida por el sol ya moribundo. Los pescadores, no pueden contener la alegría. En todo el año tuvieron pesca tan copiosa.
Y mientras charlotean á grito herido revuelven el pescado de un lado á otro haciendo selección ».
Así sería, un día cualquiera, una productiva jornada de trabajo para los pescadores vizcaínos. Pese al duro quehacer diario, experimentar el gozoso sentimiento y la satisfacción propia de un esfuerzo bien recompensado. Sin embargo, no siempre es así. El trabajo en el mar ha teñido de luto en innumerables ocasiones la vida de muchas familias y la de numerosas localidades pesqueras. Así ocurrió en la madrugada del 12 al 13 de agosto de 1912. Muchas lanchas y pequeñas embarcaciones habían salido del puerto de Bermeo, como cada día. Y esa noche, también muchas, no volvieron.
«Lentamente, deslizándose con apenas balanceo sobre las olas, ponen rumbo al puerto. Vuelven á casa, á contar las alegrías. Pero de pronto, la decoración cambia. Lo que fue quietud en la atmósfera, ahora es borrasca. El sosiego del mar, tórnase en agitación creciente. Rachas de viento cogen á la embarcación por la popa, haciéndola ir contra los acantilados. Olas enormes, altas como montañas, espumarajeando como bestia furiosa, elevan la vapora considerablemente; parece que van a tocar las nubes. Luego la dejan deslizarse por sus flancos, hundiéndola en el surco profundo que dejan entre sí. La proa entra en el aire ».
El fuerte temporal de viento –la galerna, que suele llamarse- que azotó la costa de Vizcaya, se cebó especialmente con la flota pesquera de Bermeo. A mediodía del 13, ante las pesimistas expectativas que se estaban creando, desde el Gobierno Civil se telegrafiaba a todos los puertos de la costa vizcaína y guipuzcoana el siguiente mensaje:
“El alcalde de Bermeo me telegrafía haber ocurrido naufragio lanchas boniteras y que están otras veinte en inminente peligro á la altura de Zumaya, á treinta millas de distancia. Ruego á V.S. ordene auxilios que puedan prestarse desde esa provincia”.
Manuel Novella, gobernador civil de Vizcaya |
“Supongo, que además de los auxilios de otros pueblos, habrá usted ordenado otros; y tengo que lamentar no haya usted cumplido lo dispuesto en circular de 15 de mayo de 1911, con lo que los auxilios dispuestos á las tres de la tarde, hubieran llegado antes y hubieran sido de mayor eficacia”.
Efectivamente, era demasiado tarde. Además, los trabajos de auxilio se veían entorpecidos por el estado del mar, que todavía demostraba algunos signos de violencia. El pueblo de Bermeo, lógicamente, demostraba su temor: “El vecindario está alarmadísimo por carecer de noticias de las veintidós lanchas de este puerto que se encuentran en la mar”. La galerna del día 12 tuvo en Bermeo su principal objetivo. Las primeras noticias apuntadas desde el Gobierno Civil declaraban 3 víctimas mortales de Ondarroa, 8 de Elanchove, y 116 de Bermeo.
«Los pescadores, pálidos, el terror pintado en sus rostros, se asen frenéticos á todos los salientes. Porque ya lo saben: aquél que se suelte, lo arrastra la ola. Y porque lo saben, porque vieron como la ola se llevó á un compañero, tal vez al hijo, ponen todos su tesón nervioso é instintivo en asirse fuertemente, con desesperada obstinación por reñir con el mar la lucha titánica por la vida. Sus dedos, de tan fuerte como aprietan huellan la madera ó es la madera la que se hunde en sus dedos. Carne y madera, forman un mismo cuerpo.
El mar débil, más joven ó más viejo que los demás, siente desfallecimientos. La ola, con bárbara brutalidad, lo arranca de la embarcación. Ruje. Parece cantar un himno bestial por su triunfo. Y lo arrastra, envuelto en su espuma, asfixiándolo con su trágico abrazo. Juega con él. Lo zarandea en la superficie, donde el infeliz lucha con desesperación por arrancarse de la muerte. Y el mar, y el viento, parecen juntarse en un bramido que tiene mucho de carcajada infame, mientras el náufrago, muerto ya, se hunde en el abismo ».
Anacleto Allica y Julián Tellechea, supervivientes de Bermeo |
Uno de los supervivientes, Juan Daniel Escurza, relataba así su odisea: “Estábamos a una porción de millas de la costa cuando a las doce de la noche nos sorprendió el temporal. Procuramos defendernos y ver el modo de poder arribar a cualquier puerto, pero la fuerza del viento y el ímpetu del oleaje dificultaba en extremo nuestros deseos. De improviso un bandazo hizo zozobrar la embarcación y todos los tripulantes caímos al agua. Cada uno de nosotros procuraba sostenerse a flote y asirse a los maderos de la lancha. Con el mástil que había sido tronchado por el huracán, lo amarramos y a él nos sujetamos. Tres estábamos asidos a los maderos…mis demás compañeros desaparecieron casi todos. Al cabo de unas horas hundióse uno de ellos, y poco después desaparecía también el otro…”
Como Escurza, también consiguieron salvarse Anacleto Allica y Julián Tellechea, de la lancha Campania.
« Pasó. Tornó a renacer la calma. Aquietose el mar. Despejose el cielo. En él empiezan a brotar estrellas. Las vaporas y las barcas van entrando en el puerto deshechas, las unas sin velas, sin timón otras; algunas perdieron la chimenea en la épica lucha.
Los pescadores, chorreando sangre y agua, destrozados, las carnes magulladas, saltan á tierra. Convulsos, van á caer en los brazos de su gente que, nerviosos, riendo y llorando, lo palpan frenéticos, lo acarician rudamente, devolviéndole la vida poco á poco con el calor de tantos pechos. Sólo allá, en algún rincón del muelle, alguna mujer joven ó vieja, llora la muerte del más débil. Es la novia, es la mujer, es la madre del pescador que en lugar de la vida que buscaba, el mar le concedió una tumba…»
Llegada del rey Alfonso XIII a Bermeo en agosto de 1912 |
Esa cruel concesión fue el destino de los siguientes pescadores:
- Lancha VICTORIA: Lorenzo Astoreca, Marcos Peña, Ramón Bilbao, Ambrosio Bilbao, Juan Aguirre, Luis Allica, Francisco Uriarte y José Uriarte.
- Lancha BUENAVENTURA: Leocadio Galdaraz, Mamerto Gabancho, Evaristo San Nicolás, Gervasio Garona, Ramón Laca, Pedro Galdona, Ceferino Arqueta, Jacinto Denis y Ceferino Urrutia.
- Lancha JESUS NAZARENO: José Martínez, Jacinto Garay, Silverio San Nicolás, Jeremías Muruaga, Francisco Uriarte y Serapio Mirandona.
-Lancha MELITONA: Hipólito Gabancho, José Echeverría, Victorio Bilbao, Sinforoso Rentería, Juan Cruz Onanua, Melitón Anica, Zacarías Basabe y Ciriaco Echevarría.
- Lancha NUESTRA SEÑORA DE LOURDES: Celestino Mirandona, Pedro Mirandona Raimundo Elguezábal, Felipe Bilbao, Francisco Gauveca, Juan Uribarre, Cerilo Aguirre y Narciso Omar.
- Lancha CAMPANIA: Prudencio Larandogoitia, Marcos Bilbao, Genaro Expósito, Alvaro Aurrecoechea, Timoteo Rentería y José Aldama.
- Lancha SAN PEDRO: Pedro Zabala, Juan Lartitegui, Máximo Zabala, Lucas Clordy, Pedro Goitia, Félix Bilbao, Guillermo Goyenechea, Pedro Bilbao y Luciano Bilbao.
- Lancha JOVEN LAZARA: Pablo Arenaza, Anastasio Arenaza Ignacio Arenaza, Salustiano Arenaza, Pedro Expósito, Silvestre Lejárraga, Alejo Ormaechea y Gregorio Bilbao.
- Lancha SANTA AGUEDA: Lucio Irula, Vicente Ormaechea, Eduardo Fradua, Primitivo San Miguel, Serafín Ortuzar, Benigno Uriondo, Saturnino Larragangoitia y Cándido Bilbao.
- Lancha VIZCAYA: Francisco Díaz, Francisco Díaz (hijo) Alejandro Longa, Pedro Aramburu, Marcos Eusabiaga, Elías Oliaga, Leoncio Martínez y Pedro Bilbao.
- Lancha SAN ANTONIO 178: Antonio Urrutia, Vicente Urrutia, Ambrosio Anasagasti, Venancio Bilbao, Robustiano Albóniga, Francisco Zarandona, Isidoro Expósito y Eugenio Múgica.
- Lancha SAN ANTONIO 144: Ramón Acerecho, Cornelio Acerecho, Manuel Acerecho, Gonzalo Beitia, Prudencio Landa, Crescencio Magurio, Angel Iturrioz y Lorenzo Bilbao.
- Lancha BIENVENIDA: León Bilbao, Toribio Elorriaga, Julián Belaustegui, Julián Bilbao, Francisco Bilbao, Ricardo Bilbao, Paulino Bilbao y Eugenio Bilbao.
- Lancha VIRGEN DEL PUERTO (de Ondárroa): Isidro Echaburu, Cándido Echaburu, Simón Bilbao, y los vecinos de Bermeo Pablo Munitiz, Asensio Echevarría, José Urrutia y Juan Bilbao.
- Lancha BTA: BERRIOCHOA: José Albóniga, Román Uriondo Pedro Asla, Benito Portuondo, Eladio Gordíbil, José Coro, Teófilo Anduiza y Luis Albóniga.
Algunas de las víctimas bermeanas de los naufragios |
Alfonso XIII saliendo de la Iglesia de Santa María, de Bermeo, donde presidió los funerales por las víctimas |
Ante la tragedia vivida por los ciudadanos de Bermeo, toda Vizcaya y Guipúzcoa principalmente, se volcaron con los familiares de los desaparecidos e intentaron allegarles las máximas ayudas posibles. Se hicieron donativos, se abrieron suscripciones públicas en prensa y en círculos privados… Incluso hubo alguien que se “atrevió” a proponer algo que en nuestros días está tan en boga cuando sucede cualquier catástrofe natural, pero que quizás por entonces –año 1912- no debía ser demasiado conocido: los festivales de personajes de renombre, los conciertos, encuentros deportivos…
“¿Y LOS ARTISTAS?”
«La catástrofe marítima ocurrida pocos días hace en nuestras costas, ha hecho pensar en la necesidad de allegar recursos con que aliviar la tristísima situación de las familias en cuyo seno hubo una víctima.
Los periódicos abren suscripciones y crean fiestas. Hacen llamamientos á los corazones. Los resultados serán espléndidos. Todos han pensado en socorrer á sus hermanos con la largueza que sus recursos les permitieran.
Es un hermoso concierto, formado por voces generosas que hablan de caridad, de amor al hermano. Un hermoso concierto que sonará glorioso en el fondo de los rudos corazones pescadores.
Pero en ese concierto falta una voz, tal vez la más interesante. Es la voz de los artistas. Y esa voz simpática y vibrante aun no se ha oído. Se nota que falta en el concierto.
Se echa de menos su canto, que tiene mucho de plegaria y de himno. Y ha de oírse ¿quién lo duda? Ha de oírse por encima de las otras voces. Su eco resonará majestuoso en todos los rincones. Que para eso tienen por madre augusta el Arte. Y resonará con exquisitas modulaciones, llegando al corazón. Será solemne como una marcha triunfal, amarga como una marcha fúnebre.
La idea del marqués de Rocaverde hízome pensar en ello. Un festival en el que tomaran parte todos los artistas del país y los que accidentalmente residen en él, daría grandes resultados. Músicos, poetas, literatos, todos podrían aportar su grano de arena á la obra común. Granos de arena que llegarían á formar un montón colosal.
Al mágico encanto de la fiesta, abriríanse las bolsas insensiblemente. Las colectas de las rifas, entradas, etc., podrían ser respetables. Una bella cifra que poder ofrecer á los míseros seres que ahora lloran su miseria.
He aquí la idea. No es una ideica insigne apadrinada por algún gran hombre. Es tan solo una pobre idea concebida por mí. Apadrínela quien se crea con fuerzas para ello. Yo me contento con exponerla á la aprobación ó al desdén de aquellos á quienes pueden darla vida ó dejarla morir. »
Marqués de Rocaverde |
Esta sugerencia, publicada el 20 de agosto, tuvo al menos una correspondencia ya que el Comité Antituberculoso de San Sebastián promovió la celebración de un concierto en el Gran Casino el día 24, cuya recaudación iría a beneficio de los familiares de las víctimas de Bermeo. Leonardo de Moyúa Alzaga, marqués de Rocaverde, alcalde de San Sebastián entre 1905 y 1909, también era un eminente pianista que actuaba con el nombre de “Leo de Silka”. Él fue el principal protagonista de la velada del Gran Casino, resultando el concierto un verdadero éxito musical, y también económico, alcanzando una recaudación de 4500 pesetas.
¿El artífice de la sugerencia? Pues ya supondréis que el autor tanto del texto de homenaje a los pescadores como el de la iniciativa artística (reseñados en naranja) fue Federico de Angulo Vázquez.